domingo, 17 de enero de 2021

Umberto Eco, Dumas, los protocolos de los sabios de Sión y QAnon

Umberto Eco no era una gran novelista. Semiólogo de reconocido prestigio, aunque también con detractores, tenía una erudición extraordinaria, como podemos ver en sus novelas. Se lo pasó bien escribiéndolas, le hicieron popular y, de paso, le permitieron ganar un buen dinero. Sobre todo la primera, El nombre de la rosa.

Tras haber leído todas sus novelas, un buen número de sus libros de ensayo, incluso uno de sus libros técnicos de semiótica, creo haber calado al autor. No tanto como para escribir un tesis doctoral, pero sí para saber dónde está el truco de sus novelas.

Eco fue un niño lector, un disfrutador nato de la lectura. Entre sus lecturas, Alejandro Dumas, padre del folletín. La técnica de Dumas, muy eficaz: un trasfondo histórico (la Francia de Luis XIV y el cardenal Richelieu, en Los tres mosqueteros, por ejemplo), una trama en la que aparecen personajes históricos juntos con los protagonistas de la historia; héroes con los que se puede identificar el público y antihéroes a los que odiar; acción… la trama se alarga, semana tras semana, entrega tras entrega. Los periódicos disparan sus ventas, Dumas puede vivir de escribir. Esa es la técnica de El nombre de la rosa, sólo que sin publicación semanal.

Eugène Sue fue otro autor de folletines. Fue autor de El judío errante, un libro dirigido contra los jesuitas. También tuvo mucho éxito de público. Pero lo acerado de su crítica, dirigida, entre otros, contra la Corona, le llevó a morir en el exilio.

El éxito de estos autores combinada con la crítica que aparecía en sus obras, les hicieron peligrosos. Esto produjo un cambio normativo en Francia para acabar con los periódicos que publicaban folletines, por la vía de grabarles con un impuesto.

Por cierto, Pérez Reverte aprendió la lección de Dumas, Sue y Eco, y con la saga de Alatriste se sumó al restringido grupo de los que se ganan la vida muy bien escribiendo. Eso sí, sin el talento de Dumas, Sue y Eco..

En una de las novelas de Eco, El cementerio de Praga, el protagonista es un falsificador al servicio de los servicios secretos, primero piamonteses, luego franceses. El falsificador se inventa una trama conspirativa con la que los jesuitas intentan controlar el mundo. Pero la misma trama se puede aplicar a los masones o a los judíos. De hecho, cuando al final el falsificador pase a trabajar para el servicio secreto ruso, la trama acabará convirtiéndose en los Los protocolos de los sabios de Sión, la alucinante prueba del complot judío para controlar el mundo. De la eficacia de la mentira dan buena cuenta seis millones de judíos europeos asesinados por los nazis.

A la cabeza me han venido Los protocolos de los sabios de Sión, Eco, Sue y Dumas cuando he leído un artículo de Aleksandro Palomo Garrido, titulado “QAnon, ¿una ideología o una religión?”, publicado en el número de enero de El Viejo Topo.

De los judíos se decía que sacrificaban un niño cristiano y se bebían su sangre o algo semejante. Al parecer los seguidores de QAnon dicen que existe una trama secreta en Estados Unidos, de la que forman parte funcionarios de alto rango (el estado profundo), gentes del espectáculo (Tom Hanks, Ophrah Winfrey…), políticos del Partido Demócrata (Hillary Clinton, Barck Obama…), junto con el Dalai Lama, el Papa Francisco, Georges Soros y Bill Clinton, entre otros. La organización se dedicaría al tráfico mundial de niños, con fines sexuales, dándose casos en los que las criaturas son sacrificadas para obtener de su sangre un químico que les haría ganar en longevidad. ¡Ah! Y estos sujetos son adoradores de Satán. Sin despeinarse lo cuentan.

Para este colectivo, el Trump es un héroe. En 2016, se supone que fue reclutado por militares de alto rango para que accediera a la presidencia de Estados Unidos y disolviera esta traman criminal. Pero claro, este poder en la sombra no se iba a quedar inerme. Por eso organizó un golpe de estado que se inició con las protestas del Black Lives Matter, y continuó con el fraude en las elecciones de 2020. Y siguen sin despeinarse.

Como lo del folletín en los periódicos ya no se estila, las redes sociales son el vehículo de difusión de, por llamarlo de alguna manera, el pensamiento de este movimiento: la extrema derecha, seguidores de la corriente new age, anarquistas, negacionistas COVID-19, terraplanistas, antivacunas… Como dice Palomo Garrido:

“El cuerpo teórico de QAnon no es rígido. Es flexible y está en constante evolución. Incorpora nuevas subteorías de manera oportunista, siempre que le permitan ampliar su base social. Así es como QAnon ha conseguido atraer a un considerable contingente de seguidores procedentes del más variado espectro ideológico, que pueden seleccionar una variopinta gama de teorías conspiranoicas. La mayoría de estas teorías denuncias a una clase dominante que ejerce un poder en la sombra y que ha usurpado la legitimidad del sistema”.

Tal eclecticismo ideológico implica que, en muchas ocasiones, sus elementos constitutivos se contradicen. Para evitarlo, los seguidores, al puro estilo sectario, reciben unas serie de consignas doctrinarias, drops (gotas), que se asumen de manera acrítica. Este cuerpo dogmático está formado por unas 5000 gotas. A veces, las consignas llegan en forma de parábolas, que los discípulos han de descifrar. ¿Qué ocurre cuando alguna predicción de QAnon no se cumple? Nada, el relato se reescribe y punto. Un ministerio de la Verdad orwelliano. ¿Y las fuentes de revelación? Imposibles de verificar, con lo que no se pueden contrastar y, llegado el caso, refutar.

¿Quién puede caer en esta red? Están los ultras convencidos, en primer lugar. Después están aquellas personas a las que la situación de pandemia les ha generado niveles altos inseguridad: un fascista es un burgués asustando. Por otro lado, están aquellos que necesitan explicaciones, y si son barrocas, mucho mejor: la pandemia, fenómeno natural, es, en realidad, una conspiración de Soros y Gates, o un arma secreta del gobierno chino. Luego están aquellos a los que les gusta el sentimiento de originalidad, de conocer la verdad revelada, de estar entre los elegidos. Véase el siguiente vídeo para darse cuenta del nivel:



Hace unos años, un supuesto autor llamado Luther Blisett, publicó una novela titulada Q. Se ambientaba en el movido siglo XVI, el inicio de la globalización europea: la imprenta, los movimientos milenaristas y sus luchas contra el poder, las alianzas entre poderosos para el dominio de Europa, el Islam amenazante… Había quien atribuía a Umberto Eco esta novela. Sería redondo que Eco hubiera dedicado algunas de sus novelas propias (El péndulo de Foucault, El cementerio de Praga) y atribuida  (Q) a avisarnos de que la estupidez puede dominar el mundo.