jueves, 28 de mayo de 2020

Mariquitas, seres imaginarios y crisis económicas

Nunca he entendido cómo las mariquitas (familia de insectos coleópteros, como los escarabajos) se han convertido en un animalito entreñable suceptiible de convertirse, por ejemplo, en un peluche. Porque lo cierto es que la mariquita es, a su escala, algo así como el superdepredador que es el león en la sabana africana: sobre una rama de una acelga, la mariquita se desplaza despedazando e ingeriendo pulgones a troche y moche.


Una mariquita sobre un ejemplar de manzanilla. Huerto Comunitario San Juan de Ávila.
          

En el pasado (¿pasado?), otros animales, como el lobos o los zorros, eran considerados alimañas. Causaban daños en el ganado o en la caza o, simplemente, eran víctimas de miedos atávicos. Claro está, el exterminio de los depredadores tenían sus consecuencias ecológicas. Dejamos a la lectora que hile cómo la desaparición del lobo tuvo un impacto negativo sobre las poblaciones de los herbívoros de los que se alimentaba. Paradójico pero cierto.

Claro, los depredadores tienen su función biológica. Si no hay depredador, las especies de las que se alimentan se reproducen sin ese límite. Por ejemplo, sin mariquitas, los pulgones se hacen dueños y señores de las acelgas. Y las acelgas con pulgones, ya de por si poco agraciadas culinariamente,  pierden mucho.

Los ecosistemas, por tanto, cuentan con sistemas reguladores. Por ejemplo, el equilibrio de la cadena trófica. 

Esto no parecen saberlo los neoliberales. 

En la introducción a El libro de los seres imaginarios, J.L. Borges y M. Guerrero dicen que el título "justificaría la inclusión del príncipe Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad". Me tomo la licencia de incluir a otro ser imaginario, muy querido por los neoliberales. Se trata de la mano invisible que regula, supuestamente, el mercado. Una idea de Adam Smith. Decía el escocés:

"Los ricos sólo seleccionan del montón lo más preciado y agradable. Ellos consumen apenas más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque sólo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, comparten con los pobres el fruto de todos sus progresos. Son conducidos por una mano invisible a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiera estado repartida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y entonces sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie" (Teoría de los sentiminentos morales, 1759)

Por tanto, no es necesaria la regulación de los mercados ni la intervención pública en los mismos para corregir los efectos no deseados creados por la economía. La mano invisible regula la economía, regula los mercados, creando el mejor de los mundos económicos posible. Ya les gustaría a los neoliberales que eso fuera así.

Marx ya habló de las crisis del sistema capitalista. Hay quien cuestiona que tuviera una teoría coherente sobre las crisis del sistema capitalista, en parte por carecer de estadísticas económicas fiables. Posteriormente Kondratieff, Schumpeter y Mandel estudiaron las crisis del sistema capitalista llegando a la conclusión de que son consultanciales al mismo y tienen un carácter cíclico. El siguiente gráfico muestra los llamados ciclos de Kondrotieff, que muetran los períodos de expansion y crisis capitalista desde el siglo comienzos del siglo XIX:






Para que quede claro del todo, recordemos lo dicho por  I. Wallerstein: 

"Estos ciclos han implicado fluctuaciones de tal significación y regularidad que es dfícil no creer que son intrínsecas al funcionamiento del sistema. Lo que parece haber sucedido cada cincuenta años aproximadamente es que, daso los esfuerzos de un número cada vez mayor de empresarios por hacerse con los puntos más rentales de las cadenas de mercancías, se producían tales desproporciones en las invesiones que nosotros hablablamo de  superproducción. La única solución a estas desproporciones era una conmoción en el sistema productivo que diera como resultado una distribución más equitativa. Eto suena lógico y simple, pero sus consecuencias hansido siempre masivas [...] Eso suponía la eliminación tanto de algunos empresarios como de algunos trabajadores".

Dicho esto, si sabemos que las crisis forman parte del ADN del sistema capitalista y se amoldan a unos ciclos periódicos, con las consecuencias que todas conocemos y padecemos, quizás no sea una buena idea dejar que un ente imaginario gestione las decisiones económicas. Quizás hagan faltan mariquitas en el sistema.

 









domingo, 3 de mayo de 2020

Biodiversidad, sociobiología y COVID-19

El concepto de biodiversidad es una aportación de un mirmecólogo estadounidense, E. O. Wilson. Su especialidad son las hormigas (a eso se dedican los mirmecólogos). En realidad Wilson es un biólogo evolutivo que utiliza estos insectos para desarrollar su teoría evolutiva. Teoría que culmina con otro concepto, la sociobiología, que traslada sus conclusiones sobre las colonias de hormigas a la sociedad humana. Lástima que es clasismo y el racismo sean consecuencias lógicas de esta teoría. 

Y es que para Wilson, si una hormiga nace obrera, soldado o reina, seguirá siendo obrera, soldado o reina siempre. No hay posibilidad de cambio. Trasladad esta conclusión a los humanos y sacad las conclusiones pertinentes. Supongo que el hecho de haber nacido en 1929 en el estado de Alabama, haber estudiado en una academia militar y haber pasado su vida profesional en el elitista universidad de Harvard, son hechos que imprimen carácter. 

Lo bueno de la Ciencia es que uno de sus pilares es el pensamiento crítico y el consecuente debate de las ideas. Wilson podrá ser el dios de la mirmecología, un titán de la biología evolutiva. Pero es un científico, así que su trabajo está sometido a crítica. Encontró la horma de su zapato en D. Gordon, una bióloga especilizada en teoría evolutiva del comportamiento, que también utiliza las hormigas para constrastar sus ideas. En 1994 Wilson, junto con su colega Hölldobler, publicaron un libro, Viaje a las hormigas, destinado al público general. He aquí parte de la reseña de Gordon en la revista Nature:

 "Las hormigas siempre saben exactamente lo qu están haciendo.Nunca pasan el rato: sus deberes y destinos están claros. Inagotables y fanáticas, son sacrificadas [..] subordinadas programadas para acturar de consuno, pandillas de obreras industriales, cuya lealtad es casi total... Son conducidas a la servidumbre de la mano inexorable de la selección natural".


Gordon también recoge los epítetos que Wilson dedica a las reinas: mendiga exigente, psicológicamente discapacitada, físicamente disminuida...

Gordon ataca el concepto de sociobiología apuntando a sus raíces. Wilson sostiene que los comportamientos de las hormigas están predeterminados y son fijos. Pero Gordon, con acierto, argumenta que los comportamientos fijos hacen de la especie poco adaptable a circunstancias cambiantes, "blancos fáciles en cuanto cambien su ambiente y ecosistema". Va un poco más allá al responder a la pregunta qué es lo que hace que una hormiga escoja una tarea en particular y no otra. Wilson y los mimercólogos tradicionales respondían que eran factores internos de cada hormiga como la genética o la edad. Gordon defiende, basándose en experimentos, que los comportamientos vienen marcados por influencias externas: las hormigas cambias de función si se eliminan obreras o las condicones del hormiguero. Las hormigas no estarían internamente programadas, ergo los humanos tampoco. La sociobiología pierde su base científica. A las niñas les puede gustar el azul y querer ser científicas, y los niños pueden jugar con muñecas. Nadie nace programado para ser obrero o científico. Muchas gracias D. Gordon.
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Más éxito tiene el concepto de biodiversidad. Es un concepto del que cualquiera se hace una idea: un trozo de selva amazónica contiene más biodiversidad que un olivar de Jaén. El concepto recoge tanto especies vivas (animales, plantas...) como las relaciones que se dan entre ellas. ¿Pero como sabemos que un ecosistema contiene más biodiversidad que otro? Podemos suponerlo, intuirlo, ¿podemos medirlo?

Más o menos, sí. Que sea el maestro de ecólogos, Ramón Margalef, el que hable:

"La diversidad de los ecosistemas es un descriptor poco preciso que se refiere al número e especies presentes y a su representación relativa. En la naturaleza hay innegables dependecias: para tantos individuos de la especie X son de esperar otros tantos de la especie Y, y para éstas, u otras combinaciones de las especies X e Y, tendremos problamente una cantidad de individuos, biomasas o tasas de renovación. Lo más constante son las relaciones entre los números de individuos de pares de especies, de manera que el conjunto puede aconsejar una expresón logarítmica, fractal. El estilo es único, y se espera poder captar sus rasgos importantes y expresarlos en un simple descriptor cuantitativo".

Se puede medir, quizás de manera imprecisa, y dependerá de las relaciones que se den entre sus integrantes. Por eso el olivar de Jaén es menos diverso. Se pretende que nada interfiera en la producción de aceite, por lo que se eliminan los insectos que puedan ser una plaga para el olivo y las plantas que puedan competir por el agua y los nutrientes del suelo. Al eliminar insectos plaga, también eliminamos insectos beneficiosos como los polinizadores, pero también el alimentos de aves insectivoras. Al eliminar las malas hierbas, eliminamos alimento de insectos polinizadores, de animales herbívoros y desprotegemos el suelo de la erosión. Podríamos seguir un rato con las cadenas de dependencias, pero la conclusión final es clara. El olivar es un ecosistema poco diverso y, a largo plazo esas filas perfectamente alineadas de olivos, en los que no se oye el zumbido de ningún insecto y con el suelo despejado de cualquier resto vegetal no son ecológicamente viables: Llegará una plaga resistente a los insecticidas y que no encuentre con ningún depredador natural, y que aabe con el monocultivo. Si algo hemos de aprender del COVID-19 es que se acabaron las certezas productivistas, que los riesgos están ahí y que se materializan.

Otra cosa que nos enseña el COVID-19 es que cuando el ser humano se retira, la naturaleza recupera el espacio. En la siguiente foto podéis ver el estado actual del huerto comunitario San Juan de Ávila, tras unas semanas de confinamiento. Démosle más tiempo y aparecerán los árboles.






Los seres humanos, en la línea de lo que Gordon defiende para las hormigas, no estamos programados. Aunque la historia humana parezca decir otra cosa, podemos optar por no hacer estupideces. Nos va la existencia en ello. Somos una especie animal y la destrucción de biodiversidad nos acabará pasando factura: a tantos individuos de la especie X, tantos de la especie Y. Sustituyan X ó Y por homo sapiens y saquen conclusiones.