Nunca dejará de sorprenderme la manera que Occidente ha transformado la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret (personaje histórico) o Jesucristo (el Cristo de la fe, para los creyentes) en una pantagruélica celebración del consumo.
Quizás sea porque son pocos los que viven de manera coherente en la enseñanzas de Jesús de Nazaret, plasmadas claramente en los evangelios. Quizás sea, también, porque muchos no acaben de creer del todo lo recogido en esos escritos bíblicos. En una viñeta, Quino muestra a una señora con un abrigo de pieles que da limosna a un persona que pide a la puerta de una iglesia, al tiempo que dice algo así como "como os la habéis apañado los pobres para quedar bien en los evangelios".
El caso es que en coincidiendo con la celebración del nacimiento de quien dio un protagonismo central a los pobres, se dispara el consumo de manera orgiástica. Eso estando al borde el desastre ecológico.
Si estamos al borde del colapso. El ser humano (unos más que otros, en función de su nivel de consumo, todo sea dicho) se ha convertido en una plaga para el planeta. Recordemos que la Tierra es un sistema cerrado y los recursos limitados, siendo la luz solar el único insumo que viene del exterior. Y ese planeta viven varios miles de millones de humanos que consumen recursos como si estos fueran ilimitados (unos más que otros, insisto). Hemos llenado el planeta.
Verdolaga. Esa la mala hierba que aparece en la fotografía inferior. Es comestible. En un parque cogí una pequeña planta y la trasplante en es maceta. Es una planta que crece a ras de suelo y de manera radial. Así si un vaca, por ejemplo, la pisa la planta sufrirá daños, pero una parte considerable de la planta permanecerá indemne. La pequeña planta ya ha ocupado la totalidad de la maceta. Incluso la ha desbordado. En el proceso, el resto de plantas que nacieron de manera espontánea en el macetero han desaparecido masacradas por la verdolaga. Algo así hemos hecho los humanos (unos más que otros) con el planeta.
Fíjense ahora en el cactus de la siguiente fotografía.
Exactamente lo mismo. La planta ha desbordado la maceta y un tallo cuelga, buscando espacio para seguir creciendo. Si encontrara otra maceta debajo, haría exactamente lo que la lectora está pensado: colonizaría la nueva maceta.
No hay planeta B suelen decir los ecologistas. Pero lo cierto es Elon Musk, Bill Gates y otros multimillonarios están demasiado interesados en la carrera espacial. Quizás sea han dado cuenta de que gracias principalmente a ellos, el planeta A ya está lleno y esquilmado, y se estén preparando para que sus nietos busquen ese planeta B.
Si pueden, y Rey de Reyes o el peplum que hayan programado las televisiones no les interesa, busquen No mires arriba. Es muy ilustrativa. Feliz Navidad.
No has dormido bien. Puede ser que tu hijo pequeño ha pasado mala noche y su tos o su llanto no te han dejado pegar ojo. Puede ser que tu padre con Alzheimer se levanta cada media hora y se viste para ir a trabajar, refunfuñando porque el despertador no ha sonado. Puede ser que se acerca el primer día de mes, y no tengas con qué pagar la mensualidad de la hipoteca o el recibo de la luz. O que vives hacinado en un piso por el que pagas una cifra astronómica.
El transporte público, con sus retrasos y la aglomeración de viajeros, tampoco ayuda. Sales del metro o te bajas del cercanías sudada, cansada y enfadada. Llegas a un trabajo donde tu jefe considera que ser arbitrario, humillar a su subalternos, forma parte de las skills del buen líder. Quizás tenga el pene pequeño, su vida sexual sea un desastre o en la infancia le laminaron la autoestima por ser pobre y gordo y llevar gafas. Pero lo pagas tú. El salario no da para mucho, y encima no sabes si, a pesar de que ahora los contratos se presupongan indefinidos, te echaran antes de que finalice el período de prueba o te echen usando alguna escusa que se parezca vagamente a las causas de despido objetivo. El trabajo que te toca hacer es el dos personas, está mal organizado, tu responsable directo no te respalda y cuestionar cualquier cosa te acerca a la pérdida del empleo. Tienes que salir corriendo conforme salgas del trabajo, porque no llegas a recoger a tus hijas al colegio. Eso si no te tocas quedarte, hacer horas extras que no te van a compensar, porque hay que sacar el trabajo entre todos y mostrar compromiso con la misión de la empresa (que suele ser generar beneficios para sus propietarios). Otro viaje en transporte público. Luego tocará la segunda jornada, en casa, sobre todo si eres mujer. Mejor dicho, si eres mujer.
Cuando llegas a la cama, te pareces a Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco.
Con el paso del tiempo notarás que tienes problemas musculoesqueléticos, probablemente el cuello te duela o la mandíbula se te ponga rígida, dormirás mal, tendrás problemas gástricos... Pero te dirán que no sabes manejar el estrés, que te faltan competencias personales. Y te dirán que hagas mindfulness o deporte o que tomes infusiones, que leas libros de filosofía estoica o que disfrutes de los pequeños placeres de la vida (los que te puedes pagar, claro). Si la cosa va a más, un día vas a la consulta del médico de atención primaria que, probablemente te recete diazepam o cualquier otro ansiolítico. Otra opción, si te la puedes permitir, es acudir a la consulta de una psicóloga.
En cualquier caso, como digo, te dirán que eres tú y tu falta de competencias emocionales. La psicologización de las relaciones laborales. El diagnóstico y la solución que interesan a los que quieren que no cambie nada. Al contrario que algunas rupturas sentimentales, eres tú, no yo.
Pero las cifras nos hacen pensar que la cosa es más compleja. Hasta el 1 de octubre de 2023, se han producido 451.646 bajas laborales por salud mental. En mayo de 2023, se batió el récord histórico, con 56.000 bajas mensuales, por encima de las 51.000 bajas mensuales durante el confinamiento. Estas bajas suponen el 15% del total de las bajas. Con mayor incidencia entre las mujeres (17%) que entre los hombres (12,4%). La duración media de estas bajas es de 108 días, sólo superadas por las causadas por los tumores y las cardiopatías. La tendencia, desde 2016 ha sido claramente alcista: se han incrementado las bajas por problemas mentales un 81,5% desde 2016. En términos económicos, el coste de la depresión en España supera los 6.000 millones de euros anuales.
No parece que sea un problema individual. Y las causas tampoco parecen estar en déficits personales. Más bien tiene que ver con la reorganización o la inseguridad en el puesto de trabajo. trabajar muchas horas y una carga de trabajo excesiva, o el acoso y la violencia en el trabajo.
El informe sobre salud mental del Relator Especial para el derecho a la salud de las Naciones Unidas para, de 2019, dice deja claro la correlación directa entre un sindicalismo fuerte y la mejor salud mental de las trabajadoras. Al fin y al cabo, donde hay sindicatos fuertes la protección de la salud laboral es mayor, las cargas de trabajo y la precariedad laboral menores, existen protocolos contra el acoso en todas su formas...
En conclusión: para afrontar problemas de salud mental relacionados con el trabajo, es mejor afiliarse a un sindicato que acudir a la consulta de una psicóloga.
He sido especialmente feliz en varios sitios. En librerías (sobre todo en la cuesta de Moyano) y en bares. Cuando uno dice que ha sido feliz en la librerías,, se corre el riesgo de quedar como un pedante. Pero es cierto: encontrar un libro de Vázquez Montalbán o de Leonardo Sciascia descatalogados es un placer asumible para alguien que tiene un sueldo magro, por poner un adjetivo suave a mi sueldo.
Por otro lado, si uno dice que ha sido especialmente feliz en los bares, pues queda como un beodo. Pero las vivencias no están necesariamente vinculadas al consumo de alcohol o de alimentos fritos en aceites de dudosa calidad y excesivamente reutilizados. La felicidad provenía de compartir la cerveza o el kalimotxo con otras personas. Noches que se alargaban entre el humo, los minis y las conversaciones en un bar llamado La Pepita, en Malasaña, junto con con un grupo de freaks... Proust tenía una magdalena, yo el sabor del kalimotxo y las alitas de pollo. Cutre, pero feliz.
El caso es que en The Economist he leído un artículo titulado Apart, together, sobre tendencias en el consumo en países ricos. Básicamente dice el autor que si bien los indicadores macro, incluido el empleo, han vuelto a sus niveles previos al COVID, el consumo en los pubs y bares no se recupera. Los consumidores en los países ricos se han convertido en ermitaños. Consumen, sí, pero en sus casas, gastándose el dinero en bienes. Bicicletas estáticas, por ejemplo.
A mi me da que no es lo mismo pasar la tarde del sábado montando en bicicleta estática, viendo una serie, que pasarla jugando al risk o al trivial en La Manuela (lo mío son los bares con nombre de mujer, parece ser), con un rendimiento como jugador inversamente proporcional al número de gin tonics y a la hilaridad sobrevenida que el alcohol y la conversación producen. Y, de vez en cuando, el amor. Ya lo decía Gabinete Caligari: no hay como el calor del amor en un bar.
Es posible que si la lectora de estas líneas viva en esta fiesta de la hostelería que es la Comunidad de Madrid, argumente que aquí los bares están atestados. Pues sí, pero algo tiene que ver el fenómeno de la turistificación. Pero ese es otro debate.
Más solos, más aislados. Cambio antropológico. El neoliberalismo avanza victorioso en la lucha final.
Por un rato me gustará parecerme físicamente
menos a Sancho Panza y más a Paul Newman en, Éxodo. La película de Otto Preminger, basada
en la novela homónima de Leon Uris, es una apología sionista: unos judíos
muy buenos y unos palestinos muy siniestros.
He buscado relatos
y películas en las que se den intercambios de cuerpos y mentes. Relatos de
intercambios de fundas corporales (el concepto no es mío: gracias a la compañera que lo compartió conmigo). No
he encontrado gran cosa, menos que merezca la pena.
Pero me he puesto a fantasear: cómo sería mi vida con la percha de Paul Newman, y de ahí he pasado a pensar en
cómo resultaría el intercambio entre Netanyahu y una mujer palestina embarazada
y fuera de cuentas en Gaza. Y de ahí he pasado, poniéndome estupendo, a pensar en el papel del pueblo
palestino como mano de obra barata y sometida en la economía israelí, encerrada
en un bantustán como en el que los afrikaners pretendieron encerrar a los africanos
de color durante el apartheid (https://laboromniavincit2018.blogspot.com/2020/09/).
Porque me da que este conflicto se
puede resumir de la siguiente manera: las ultraderechas laica y religiosa israelíes se enfrentan a la ultraderecha religiosa palestina, según la opinión del
profesor de filosofía del derecho de la Universidad de Valencia Javier de
Lucas. A lo que añado que ambas sojuzgan a la clase trabajadora palestina de
Gaza. Con lo que el conflicto, en realidad, no es sino una expresión más de
lucha de clases. Quizás si la clase trabajadora israelí fuera consciente de su
sometimiento a las ultraderechas laica y religiosa y, rizando el rizo,
los trabajadores de la industria de armamentos tomaran conciencia de su ser
obrero y humano y se declararan en huelga mientras dure el conflicto, lo mismo
se paraba la masacre en Gaza.
Pero se me antoja que esta última
ensoñación va a ser difícil que se haga realidad. Tanto como que Bibi Netanyahu no se vea lo pies por
culpa de su avanzado estado de gestación. Tanto como que yo me mire al espejo y sonriendo me diga “qué
ojazos azules tienes, bribón”
Cuentan que allá en los comienzos del siglo XX,
la naviera Transmediterránea pasaba por una mala racha. Daba pérdidas. Así que
el Consejo de administración de la compañía decidió contratar a un ingeniero
naval, del cuerpo de ingenieros de la Armada, para ver si reflotaba (en sentido
económico) la empresa. Nicolás Franco, que es como se llamaba el ingeniero,
comenzó su tarea con muchas horas de trabajo. Trabaja de sol a sol y, a
menudo, hasta bien entrada la madrugada. La empresa se fue enderezando. Por fin,
un trimestre dio un saldo positivo. Trimestre a trimestre los resultados fueron mejorando. Y de manera inversamente proporcional a los beneficios, el tiempo de presencia en el despacho de don Nicolás fue disminuyendo.
La cosa llegó al punto de que don Nicolás se
pasaba de vez en cuando por su despacho, pedía algunas informaciones, tomaba
alguna decisión y se marchaba. Ante tal desfachatez, el presidente del consejo
de administración, que había contratado a don Nicolás, por un buen dinero todo sea dicho, le
llamó a capítulo. Ante la reprimenda por su escasa presencia don Nicolás
respondió: “esto es como un reloj de cuco averiado. Yo lo he arreglado, y ahora
que funciona basta con venir a darle cuerda, el resto del tiempo lo puedo pasar
en casa”. Dicho esto con acento gallego, porque don Nicolás era ferrolano.
El Ferrol del Caudillo, del Caudillo al que Nicolás llamaba hermano, porque
efectivamente era hermano de Francisco Franco.
Supongo que Nicolás Franco sería un buen ejemplo
para los trabajadores de Tik Tok, que han ido a la huelga porque les quieren
quitar el teletrabajo y por el daño psicológico que implica pasarse la jornada
laboral viendo vídeos de contenido dudoso.
El tiempo. El tiempo de trabajo, su distribución
en jornadas anuales y diarias, el tiempo de descanso entre jornadas y el
descanso semanal, las vacaciones pagadas, los días de asuntos propios… El
tiempo ocupa un lugar no menor en los manuales de Derecho del Trabajo. También
el lugar de prestación del trabajo tiene su espacio en esos libros. El tiempo y
el espacio en el que se lleva a cabo la prestación son el resultado del
conflicto regulado que son las relaciones laborales, y la regulación del tiempo
y del espacio se reflejan en los convenios colectivos, por ejemplo.
Esta regulación tiene su origen en el marco en
que se surge y se desarrolla el Derecho del Trabajo. Un marco en el que el
obrero industrial y el jornalero agrícola eran los principales modelos de
trabajador. De manera que el trabajo había
que realizarlo en un lugar concreto (el taller fabril, un campo de cultivo) en
unas horas determinadas. El trabajo en la cadena de montaje solo se puede hacer
en la propia fábrica y coincidiendo con el resto de obreros que trabajan en la
cadena. Si no es así, no es posible que funcione la cadena.
Pero el trabajado ha sufrido una metamorfosis
profunda, de manera que en nuestro país ya no quedan apenas obreros
industriales, y si abunda el proletariado de servicios. Esos que han estudiado
para trabajar, pero que viven y trabajan peor que otros trabajadores menos
cualificados. Gran parte de su trabajo, puede que todo, no requiere un lugar
fijo para ejecutarlo y es posible hacerlo con flexibilidad horaria. Piensen en
un programador informático, por ejemplo.
Pero al parecer la cultura del presencialismo
está muy vigente en España. Como los horarios completamente irracionales, con
largas pausas para comer. Esto se lo debemos al hermano de Nicolás, Francisco. Lo dejamos para otra entrada.
Fernando es una persona que
proviene de América Latina. Es muy correcto, con un habla pausada, suave como
el café de su tierra. Lleva dos años en España, huyendo de una extorsión y de
las amenazas de muerte que recibió al no querer pagar. Salió de la jungla verde
y viva para meterse en el desierto agreste de nuestra legislación de
extranjería. Solicitó asilo, se lo denegaron, recurrió y ahí sigue, esperando
que se resuelva el recurso. Vamos juntos en el metro, camino de un trámite.
Cuenta historias entre silencios más o menos prolongados. Unas son anécdotas
jocosas. Otras no tanto. Cuenta que estuvo en la campaña de la aceituna, que le
cobraba el patrón nueve euros diarios por el transporte desde el pueblo al tajo,
que les cobraba por los guantes y por el macaco,
el cesto que se acopla al dorso para ir depositando las aceitunas, que les
pagaban cinco euros por capacho lleno (unos 10 kg), que otros jornaleros se
drogaban para poder aguantar el ritmo del trabajo… Hace otra vez una pausa,
sonríe, mira a la gente que atesta el vagón de metro y me dice con voz queda:
“huele a humanidad, pero me gusta pensar que Jesús, que prefería la compañía de
los pobres, viaja con nosotros en metro”.
Ismael también viene de América
Latina, como Fernando, pero más al sur. También muy correcto. Si nos pusiéramos
a contar la frecuencia de cada palabra que usa un tercio serían señor, por
favor y gracias. También tiene un acento dulce. A veces, cuando le escuchas
relatos de su vida su voz tiene el timbre inconfundible de la verdad
humana.Llegó a España muy joven,
engañado con una falsa oferta para jugar en un equipo de fútbol. Ha tenido que
trabajar de todo. Cuenta que en un pueblo le contrataron para limpiar el
polideportivo municipal. En una de esas coincidencias berlanguianas, el campo
de fútbol colindaba con el cementerio municipal. Trabaja con un compañero
español y tenían un encargado. Una mañana el encargado les dice que tienen que
trepar a lo alto de las torres de iluminación del campo y limpiar los
reflectores. Sólo traía un arnés que le dio al compañero español. Ismael
preguntó que sí para él no había otro. El encargado le dijo que no, que sólo
para el español y que si se caía lo hiciera del lado del cementerio para
ahorrar trámites. El encargado soltó una risotada, al tiempo que el compañero
español bajó avergonzado la cabeza. Cuando el encargado se fue, su compañero le
dio el arnés. “Ahí no más entendí eso que decía Jesús de que todos los hombres
somos hermanos”.
Irene es una mujer risueña, con
un cuerpo tan fuerte como su risa. Viene de un país eslavo. De vez en cuando
suelta un refrán en su lengua y, a continuación, intenta traducirlo. La mayor
parte de las veces, carece de sentido en castellano. Y ante mi incompetencia lingüística,
se ríe. No se enfada porque no la entienda, simplemente se ríe y me mira con
compasión. En su país trabajó en una industria estatal, una fábrica de motores
o algo similar (nunca queda del todo claro lo que quiere decir). Al llegar a
España encontró trabajo en un almacén de ajos, en Albacete. Llegó a ser la
encargada. Pero se enamoró de un español, dejó el trabajo y se vino a vivir a
Madrid con él. Si hubiera que poner una foto junta a la entrada ‘maltrato’ en
el diccionario, la suya sería la más adecuada. Para salir adelante, trabajó de
interna. Cuenta que había mayores entrañables, que la trataban con cariño y
respetaban las condiciones laborales. Cuenta el dolor que sentía cuando
fallecían, y ella se quedaba sin techo, sin trabajo y sin derecho a prestación
por desempleo. Cuenta que había quien decía que sólo le pagaban trescientos o
cuatrocientos euros, porque ya le daban techo y comida. Cuenta las agresiones
que sufría de personas demenciadas y las insinuaciones rijosas de algún abuelo.
Ya no ríe. El rictus es serio. Termina. Hace un silencio. Los ojos se le
iluminan y suelta un refrán eslavo en el que los pepinillos (o las acelgas, no
me queda claro) juega un papel fundamental.
Trabajo decente. Seguridad e
higiene, pensiones, vacaciones, descansos, salarios dignos…
Voy a escribir un diálogo
socrático entre la ministra de Trabajo y su peluquera (presumo que es mujer). La
ministra volcará un torrente de datos y cifras sobre Macarena (me
imaginaba a la peluquera, sevillana, bética, cofrade y facha).
Macarena, contraargumentará que su hija, Maca, graduada en trabajo social, con un máster y
que habla inglés como el mismo Shakespeare, a lo más que puede aspirar es a
compartir piso con dos amigas y a tomarse unas cervezas algunos viernes, no
todos. Ni pensar en que se vaya a vivir con su novio (Macarena es derechas pero
moderna) y tenga hijos. ¡Con la ilusión que a Macarena le haría
poder regalar una camiseta del betis a su nieto o una mantilla para el Jueves
Santo a su nieta! (Macarena es moderna, pero sin pasarse)
El caso es que la ministra tiene datos. Y son
buenos. Nunca antes en España han trabajado tantas personas. La Encuesta de
Población Activa correspondiente al segundo trimestre de 2023, publicada en
julio, muestra que 21 millones de personas están trabajando. El desempleo ha
bajado a 2,76 millones de personas: el paro está en el 11,19% de la población activa (10,19% en el caso de
los hombres, el 13,16% en el de las mujeres). También ha mejorado la calidad
del empleo, como pone de manifiesto que el 81% de los 505.500 contratos
firmados en el primer trimestre del año son indefinidos. La ministra sonreía mientras
Maca le da caña al cepillo.
El caso es Maca tiene intuiciones en lugar de datos. No necesita
haber leído ningún informe del Observatorio de Precios de los Alimentos ni del
Observatorio de Vivienda y Suelo, para saber que con lo que gana Maca no da
para vivir para en una ciudad como Madrid. Macarena no necesita saber que es el
poder adquisitivo de los salarios ni cuál ha sido su evolución en los últimos
tiempos para poder afirmar con rotundidad que con 50 euros no compra lo que
compraba antes con 1.000 pesetas. Para muestra el siguiente gráfico:
Estudiar ya no implica obtener un empleo que
permita, no ya vivir con cierta comodidad, sino tener un proyecto de vida.
Trabajar ya no aleja el espectro de la pobreza. En la ciudad de Madrid,
trabajadoras sociales como Maca incluidas, el 70% de la población activa es proletariado de servicios, que trabajan
para el otro 30%, la global class.
Lo del diálogo socrático entre la ministra de Trabajo y su peluquera me vino a la cabeza después
de escuchar a Alfonso Guerra hacer un comentario machista sobre la ministra y
su afición a la peluquería. Pero
después de ver que un joven compañero de trabajo no sabía quién es el inefable Alfredo Urdaci, he pensado que quizás también haya que explicar quién es Guerra.
No da para mucho. Un fantasma. En 1974, en el congreso
del PSOE celebrado en Suresnes en el que el Departamento de Estado de los
Estados Unidos y el Gobierno alemán, desbancaron a la exiliada y anciana
dirección marxista del partido, colocando a unos jóvenes sevillanos al frente. Alfonso Guerra era uno de ellos. Los americanos y los alemanes se aseguraron de que contarían con una alternativa de izquierdas controlable en el caso de que, llegada la democracia, al
pueblo español le diera por probar un gobierno diferente. El propio Guerra
contaba que en ese congreso dibujó en una pizarra el esquema de cómo se iba a
desarrollar la Transición en España. Siempre ha presumido de una mente
privilegiada. En realidad, lo único que tenía era una lengua afilada y un
concepto demasiado elevado de sí mismo. Un Alejandro Lerroux sevillano.
En
1950, un astrónomo norteamericano A. J. Deutsch escribió un cuento
titulado A subway named Moebius. El argumento es el siguiente.
Tras una ampliación en el metro de Boston, un convoy desaparece, pero se sabe que
está dentro de la red porque consume electricidad y provoca que las señales de tráfico se activen. Le corresponde a un matemático de la Universidad de Harvard, Roger
Tupelo, el intentar explicar lo que ha pasado. Sospecha que la ampliación de la
red metro ha provocado que las propiedades matemáticas de dicha red se
modifiquen, de manera que la conectividad de la misma pasa a ser infinita. El
tren estaría funcionando en una dimensión espaciotemporal adicional. Por
desgracia, se sospecha que el único matemático que podría aportar soluciones,
el profesor Turnbull del MIT, está en el tren desaparecido. Hasta aquí
contamos. Si quieren leer el relato completo está en este enlace.
En
1996, el director argentino Gustavo Mosquera trasladó la acción de Boston a
Buenos Aires. Ahora es un estereotipado matemático, Daniel Pratt, el encargado
de llevar a cabo la investigación. Si les da pereza leer el cuento, que además
está en inglés, pueden ver la película argentina en Youtube. Por cierto, en
1993 un director alemán, Matti Geschonneck, dirigió una película del
mismo título y la misma trama, pero no hemos encontrado mucho (casi nada) sobre
ella. Pereza, supongo.
Al
volver a ver la película y leer el relato de Deutsch pensaba en qué redes de
metro podrían ser susceptibles de alcanzar una conectividad infinita y perder
viajeros y trenes a espuertas. Quizás en el metro de Pekín, que es uno de los
sistemas de transporte el mundo que más rápidamente ha crecido.
Comenzó
a funcionar en 1969 con una única línea, para uso casi exclusivo de políticos y
militares. En 2006 tenía tres líneas y en 2008, año en que los Juegos Olímpicos
se celebraron en esta ciudad, contaba con ocho. En 2016, eran dieciocho líneas,
que movían diariamente nueve millones de viajeros. Está previsto que en 2030
sean más de 30 las líneas en funcionamiento, con más de mil kilómetros de vías:
la mayor red de metro del mundo.
En
otra entrada explicaremos qué es la conectividad de una red. Pero en una
aproximación, vendría a estar relacionada con la siguiente pregunta que se hace
un youtuber: ¿se pueden recorrer todas las líneas del metro de Pekín en un solo
viaje?
P. S. Los que vivan en Madrid, no teman: nuestro metro no da para aventuras topológicas como los de Boston o Buenos Aires.
Florián Lario era un sacerdote católico, en su momento párroco de San Juan de Ávila, en Usera.
Falleció hace unos días. La verdad es que yo no tuve contacto con él,
salvo un día en una reunión en la que le vi hacer una cerrada defensa del
progreso científico y tecnológico. En ese momento pensé en lo buen abogado
defensor de Galileo que hubiera sido ese señor mayor de maneras afables.
Galileo habría salido absuelto, sin duda.
Tiempo después, por motivos laborales,
tuve que pasar una mañana con otro sacerdote. Cuando desayunábamos, más por
conversar que por interés, el sacerdote me preguntó que donde vivía. Decirle
que vivía en Zofío, en Usera, no le aclaró mucho, pero cuando le dije que cerca
de la parroquia de San Juan de Ávila, levantó la vista de la taza de café y
dijo "vaya, la parroquia de los líos". Resultó que el sacerdote era
paisano de Florián. Me contó los intentos de agresión por parte de los
Guerrilleros de Cristo Rey, el incendio del coche del coadjutor, el atentado
contra el centro juvenil de la parroquia... Lo contaba con un tono aséptico,
como el que un entomólogo usa al hablar de los élitros de los coleópteros.
Terminó el relato, apuró el café y volvió a repetir "la parroquia de los
líos".
Cuando llegué a casa hice la
correspondiente búsqueda en Internet. Encontré una noticia en El País, sobre el atentado contra el centro
juvenil y en el que se recogen declaraciones de Eusebio Castillo, el sacerdote
coadjutor de la parroquia. Este verano, en el segundo volumen que la editorial
La Catarata ha dedicado a relatos sobre la historia de Comisiones Obreras, se
recoge este episodio de la "parroquia de los líos", en un capítulo
titulado El eco de su voz, de Daniel Bernabé. Habla Eugenio Castillo, cura coadjutor de la parroquia:
"Los atentados comenzaron en el
barrio cuando nos ocupamos nosotros de la parroquia: nos han amenazado por
teléfono y por escrito. Hace un año dieron una paliza y amenazaron con una
pistola al párroco de la parroquia de la Virgen de la Fuensanta, con la que
trabajamos; después, golpearon a Florián Lorio, párroco de nuestra iglesia;
hace mes y medio quemaron el Seat 850 de mi propiedad y vinieron cuatro
personas a buscarme a casa, por esta razón tuve que marcharme unos días fuera
de Madrid y lo último que han hecho fue quemar un Simca 1200 de un miembro de
nuestra comunidad católica”.
Para hacernos una idea del nivel de
peligro, baste decir que uno de los implicados en las agresiones contra la
comunidad parroquial era Leocadio Jiménez, la persona que suministró las armas
con las que se cometió el atentado contra el despacho de abogados laboralistas
y asesores de las asociaciones de vecinos que el PCE tenía en la calle de
Atocha. Bernabé retrata a Jiménez de la siguiente manera:
"Uno de esos renuentes se llama
Leocadio Jiménez y, si alguien le pregunta, lo dice sin ningún sonrojo: yo soy
nazi. Delgado, de cara, más que de facciones marcadas, cadavérica. Bigote y
gafas negras. Un ex divisionario [de la División Azul, se entiende] que ve que
el barrio se le está llenando de rojos y de gentuza. Un tipo que se pase con la
camisa azul mahón y si alguien le tose no duda en enseñar la pistola, con una
calavera en la empuñadura. Es uno de los que ha metido fuego a los coches de los
curas y, con otros camaradas, ha puesto dos bombas que han reventado la
parroquia, a la que antes, antes de que llegaran los nuevos curas, él y gente
como él eran devotos. Un tipo sin mayor oficio que el de la muerte, uno que
sabe apretar el gatillo, uno que siempre cumple órdenes".
Supongo a Leocadio Jiménez no le gustaban
las homilías de Florián. Tampoco las de Eugenio. Ni que los sacerdotes
implementaran en la parroquia los cambios auspiciados por el Concilio Vaticano
II. Supongo que tampoco el hecho de que los curas abrieron la parroquia a las
asambleas de los obreros del sector del metal en huelga (finales de 1975,
comienzos de 1976). Supongo que a Leocadio le gustaban los curas que no se
metían en política.
Cuando el sacerdote con el que desayunaba
aquella mañana repitió aquello de “la parroquia de los líos” me hubiera gustado
responderle aquello de bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia
(Mt 5, 10-12). Pero invitaba él y para qué meterse en filípicas.
A peste, fame et bello, libera nos Domine,
decían en la Edad Media. De la peste, el hambre y la guerra, líbranos Señor. La
peste y la guerra ya están entre nosotros, los europeos occidentales. Porque
para una para una parte importante de la población mundial, son una constante.
Llega el
hambre. Rusia y Ucrania son dos grandes productores de trigo, en guerra. Y en
el sistema-mundo, lo que afecte a una parte del sistema afectará a todo el
sistema. Como la especialización de Ucrania es la producción de grano, trigo y
girasol, la guerra tiene como resultado un golpe a la (in)seguridad alimentaria mundial.
Ucrania tiene
unos suelos negros muy feraces: con 41,5 millones de hectáreas, exporta el 75%
de su producción. Además, puso nuevas tierras en explotación, para poder
exportar más al Magreb y a Oriente Próximo, sin que afectara al consumo
interno. Cuando los rusos tomen los puertos de Mariupol (se entiende ahora
mejor el duro asedio a esta ciudad) y el de Odessa, Ucrania se habrá quedado
sin salida al mar. Además, se ha quedado sin el 70% de los combustibles que
usaba en la producción agrícola: los compraba en Rusia y en Bielorrusia. Sumando
las destrucciones ocasionadas por el conflicto y la movilización de los
hombres, de momento no se podrá contar con las cosechas de Ucrania.
Por su lado,
Rusia el principal productor y exportador mundial, ha optado por el rearme agrícola. Desde 2014, producen más
alimentos, para no depender de Occidente, y poder exportar más. Exportar quiere
decir controlar mercados. Entre las sanciones y la probable opción rusa de usar
el trigo como arma de guerra (optando por no exportar), el precio del trigo se
ha puesto a 400 euros la tonelada. Negocio para los ricos. Francia (sexto
productor mundial) ya ha logrado que se modifique la Política Agracia Común de
la UE, de manera que se ha eliminado la obligación de dejar en barbecho anualmente
el 4% de la tierra dedicada a cereales. La India ha comenzado a posicionarse en
el mercado de trigo, aunque con un producto de baja calidad (pocas proteínas,
muchos agroquímicos). Y claro está, el segundo productor mundial, los Estados
Unidos. De los Estados Unidos decir que a base de ayudar a Haití, enviando
arroz, acabó con la producción local y, de paso, con la soberanía alimentaria
del país antillano.
De la misma manera que la guerra
es consustancial al capitalismo (Wallerstein), lo es su capacidad para
convertir en mercancía y negocio cualquier materia y circunstancia. La carestía
de trigo enriquecerá a algunos productores. Al tiempo que producirá hambre.
Hambre. En Egipto, unos 60 de los
103 millones de habitantes del país sólo comen pan. Pan, sólo pan. 103 millones
de personas. No es de extrañar que al pan en Egipto lo llamen ayche, vida. En Egipto, el régimen es
consciente de que el inicio de las primaverasárabes poco o nada tuvo que ver con
Twitter y las redes sociales manejadas por jóvenes profesionales inconformistas.
En Egipto la chispa saltó por el precio del pan, después de un año de
movilizaciones de los obreros portuarios de Alejandría. Para los teóricos del
discurso, para los fans de la comunicación política un recordatorio: un
estómago vacío, sobre todo si es el de tu hija o tu hijo tiene mayor capacidad
de movilización. Por eso el gobierno egipcio es el mayor comprador mundial de
trigo (12 millones de toneladas anuales). Con este trigo se elabora el pan
básico en la dieta de la mayoría de la población. Un producto fuertemente
subvencionado y con un estricto control del precio. ¿Qué pasará cuando a
finales del verano se hayan agotado las reservas de trigo? De momento, el
gobierno egipcio ha decidido no comprar trigo francés, al prohibitivo precio
que tiene.
La ONU advierte que vivimos al
borde del colapso del sistema alimentario mundial. El 30% del trigo que se
consume en el África subsahariana procede de Rusia y Ucrania. 1700 millones de
personas, una quinta parte de la población mundial, se verá arrastrada a la
indigencia y el hambre, según la previsión del mismo organismo.
Como dijo M. Gattinara, canciller
de Carlos V, las guerras se saben cuándo empiezan, pero no cuánto duran, cómo
acaban y cuánto cuestan. Quién las paga, me temo que está más que claro.
PS. Dejo un joya, para compensar tan negros augurios. Es una conferencia de Rafael Garrido, prehistoriador de la UCM, en el Museo Arqueológico Nacional. Trata de la revolución neolítica. Buen provecho.
Hace unos meses, el no especialmente
brillante ministro de Consumo, Alberto Garzón, hizo unas declaraciones
vinculando la producción de carne de cerdo y el cambio climático. Razonable, el
contenido era razonable. Pero para qué más. En una autonomía, la presidencia
puede ser sospechosa de haber dado trato de favor a sus familiares en la
contratación pública, y no pasa gran cosa. Pero un ministro del Gobierno de
España dice algo razonable y se lía. La solución al problema planteado por el
nada brillante Garzón, la proporciona el preferido de los dioses, el presidente
Sánchez con su imbatible chuletón al punto. Quizás el chuletón al punto sea
el truco para sobrevivir a su partido, enterrar políticamente a dos líderes de
la oposición, sobrevivir a un volcán, a una nevada histórica, a una pandemia, a
la inflación galopante… Probablemente, no. Comer carne probablemente no sea
sano.
La cosa es que en España hay más cerdos que
personas. Quizás haya que ir pensando en cambiarle el nombre al país. A los
fenicios les sorprendió la abundancia de conejos que encontraron al llegar a la
península. Por eso la llamaron i-shepham-im, tierra de conejos. De ahí procede la denominación romana, Hispania. Se abre el concurso de ideas
para cambiarle el nombre a la nación.
Nada que temer tienen los productores, los dueños
de las macrogranjas. Como hemos visto las declaraciones de Garzón, el hombre
gris, se quedaron en eso unas declaraciones a The Guardian, cuyos redactores se quedarían sorprendidos de lo
razonables que son algunos ministros de España. Ni cambios legislativos, ni
cambios fiscales que graven la actividad, nada de nada.
Pero el sector no tiene especial futuro. La
alimentación de los cerdos depende de la soja y el maíz. En España se produce
maíz, pero no en cantidad suficiente para satisfacer las necesidades del sector
cárnico. Y soja, nada de nada. La posibilidad de lograr la soberanía en la
producción de protooleaginosas fue boicoteada por los productores de piensos
con la connivencia de las administraciones públicas. En cambio, en Argentina se
produce soja, mucha. Y maíz, mucho. Chinos y argentinos han firmado un acuerdo,
de manera que capital chino financiará la construcción de 25 macrogranjas, que
suministrarían al mercado chino 900.000 toneladas de carne en cuatro años. En
cinco o seis años, el número de cerdos en Argentina pasará de 6 a 100 millones.
Quizás los productores españoles, que ahora mismo son los principales
proveedores del mercado chino, no aguanten esta competencia.
Por otro lado, el volumen de purines generados
con este modelo de producción es ecológicamente insostenible. Los nitratos de
los purines contaminan los niveles freáticos, haciendo que el agua no sea
potable en numerosos pueblos en los que hay macrogranjas. Por no hablar de los
olores.
La baja calidad de este tipo de carne y la
pérdida de biodiversidad que ha supuesto la implantación de este modelo (se han
perdido todas las razas autóctonas, salvo la ibérica) son otras consecuencias.
Comer poca carne, de calidad, de animales criados
de manera sostenible, en una dehesa extremeña, por ejemplo. Bon appetit.
A Alfred Hitchcock le preguntaron
cómo le gustaría morir. Respondió que asesinado mientras comía. De la misma
manera, si pudiera elegir las circunstancias de mi muerte, elegiría sin dudarlo
morir comiendo, al tiempo que leyendo a Manuel Vázquez Montalbán. Alguna novela de Carvalho, en las que se mezclan la trama negra con las
reflexiones existenciales del detective y escenas gastronómicas pantagruélicas.
O Morir fulminado de un infarto leyendo Reflexiones de Robinsón ante un bacalao,
protagonizado por un obispo un tanto golfo, náufrago improbable, con un bacalao
salado como compañero de infortunio. Lectura acompañada de un plato de bacalao dorado. Compensaría la pérdida.
Tampoco sería mal plan palmar
leyendo Contra los gourmets, un ensayo del catalán sobre cocina. Su libro
demuestra que no exageraba cuando decía que no escribir lo único que podría
hacer para ganarse la vida sería cocinar. Por otro lado, también demuestra que
para hablar de cocina hay que haber leído, comido, bebido y cocinado mucho.Aquí, metido entre fogones con Elena Santoja. Conejo al romanesco y bacalo con miel.
El haber leído, cocinado, comido
y bebido mucho es lo que diferencia al maestro que sabe del postmodernillo de
marca. Leer las críticas (por llamarlas de alguna manera) que hace un abogado madrileño, supuesto crítico gastronómico de moda,nos hace añorar aún más
a Vázquez Montalbán. Sólo un comunista nacido en El Raval tiene la altura moral
para escribir de cocina en un mundo con ochocientos cincuenta millones de
hambrientos. Sólo alguien con su talento, puede dedicar una columna de El País
al gimlet. Cuando leo (por ser amable digo leo) las críticas (sigo con la
amabilidad) que el letrado le dedica a un restaurante, con sus sus nivel Dios y sus productos Top, me acuerdo de un
cuento de Roald Dahl, uno que tiene por título Gastrónomos. No defrauda, búsquenlo. El cuento de Dahl, digo.
Un día, Iñaki Gabilondo, desde
las alturas de su programa Hoy por hoy, pontificó
que la gastronomía era cultura. Genial, porque comer en uno de los templos gastronómicos, regidos por
cocineros vascos o catalanes, te podía a la altura del experto en Calderón,
Bach, Fellini o cualquier otro plato de
alta cultura. Y las secciones de estilo de vida de los periódicos dominicales
se llenaron de reseñas de restaurantes, recetas con ingredientes
imposibles y críticas de vino.
Como a todo, los españoles
llegábamos tarde. En Francia, lo de que la gastronomía era cultura tenía tan
largo recorrido, que el gran Pierre Bordieu le dedicó un ensayo a los mercados
culturales de lujo, cocina incluída, en 1975. Según Bordieu, la fuente de valor en estos
mercados no reside en la escasez de producto sino de productores. Es decir, no
faltan bacalaos sino cocineros capaces de convertir un reseco y salado cadáver
en un producto de alta cultura. Hay pocos productores de este tipo porque, como
decía Celia Cruz, no hay cama para tanta gente: no todos los que saben hacer
virguerías con un bacalao pueden acabar siendo chefs de alta cocina. Sólo unos
pocos tienen la magia de la firma (dicho
con estos términos por Bordieu), que hace que el apellido del cocinero, por si
solo, transforme un bacalao en un producto cultural a la altura de Fellini.
¿Cómo un cocinero adquiere esa magia de la firma? Ser hijo de un chef de renombre; haberte formado en
la cocina de un chef de renombre; publicidad en los
medios; o que hable bien de ti un crítico del sistema con cátedra en la materia,
como lo fue Patricia Wells. Todos criterios objetivos. Ironía, claro.