Voy a escribir un diálogo
socrático entre la ministra de Trabajo y su peluquera (presumo que es mujer). La
ministra volcará un torrente de datos y cifras sobre Macarena (me
imaginaba a la peluquera, sevillana, bética, cofrade y facha).
Macarena, contraargumentará que su hija, Maca, graduada en trabajo social, con un máster y
que habla inglés como el mismo Shakespeare, a lo más que puede aspirar es a
compartir piso con dos amigas y a tomarse unas cervezas algunos viernes, no
todos. Ni pensar en que se vaya a vivir con su novio (Macarena es derechas pero
moderna) y tenga hijos. ¡Con la ilusión que a Macarena le haría
poder regalar una camiseta del betis a su nieto o una mantilla para el Jueves
Santo a su nieta! (Macarena es moderna, pero sin pasarse)
El caso es que la ministra tiene datos. Y son
buenos. Nunca antes en España han trabajado tantas personas. La Encuesta de
Población Activa correspondiente al segundo trimestre de 2023, publicada en
julio, muestra que 21 millones de personas están trabajando. El desempleo ha
bajado a 2,76 millones de personas: el paro está en el 11,19% de la población activa (10,19% en el caso de
los hombres, el 13,16% en el de las mujeres). También ha mejorado la calidad
del empleo, como pone de manifiesto que el 81% de los 505.500 contratos
firmados en el primer trimestre del año son indefinidos. La ministra sonreía mientras
Maca le da caña al cepillo.
El caso es Maca tiene intuiciones en lugar de datos. No necesita
haber leído ningún informe del Observatorio de Precios de los Alimentos ni del
Observatorio de Vivienda y Suelo, para saber que con lo que gana Maca no da
para vivir para en una ciudad como Madrid. Macarena no necesita saber que es el
poder adquisitivo de los salarios ni cuál ha sido su evolución en los últimos
tiempos para poder afirmar con rotundidad que con 50 euros no compra lo que
compraba antes con 1.000 pesetas. Para muestra el siguiente gráfico:
Estudiar ya no implica obtener un empleo que
permita, no ya vivir con cierta comodidad, sino tener un proyecto de vida.
Trabajar ya no aleja el espectro de la pobreza. En la ciudad de Madrid,
trabajadoras sociales como Maca incluidas, el 70% de la población activa es proletariado de servicios, que trabajan
para el otro 30%, la global class.
Lo del diálogo socrático entre la ministra de Trabajo y su peluquera me vino a la cabeza después
de escuchar a Alfonso Guerra hacer un comentario machista sobre la ministra y
su afición a la peluquería. Pero
después de ver que un joven compañero de trabajo no sabía quién es el inefable Alfredo Urdaci, he pensado que quizás también haya que explicar quién es Guerra.
No da para mucho. Un fantasma. En 1974, en el congreso del PSOE celebrado en Suresnes en el que el Departamento de Estado de los Estados Unidos y el Gobierno alemán, desbancaron a la exiliada y anciana dirección marxista del partido, colocando a unos jóvenes sevillanos al frente. Alfonso Guerra era uno de ellos. Los americanos y los alemanes se aseguraron de que contarían con una alternativa de izquierdas controlable en el caso de que, llegada la democracia, al pueblo español le diera por probar un gobierno diferente. El propio Guerra contaba que en ese congreso dibujó en una pizarra el esquema de cómo se iba a desarrollar la Transición en España. Siempre ha presumido de una mente privilegiada. En realidad, lo único que tenía era una lengua afilada y un concepto demasiado elevado de sí mismo. Un Alejandro Lerroux sevillano.
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