martes, 26 de noviembre de 2019

Dos días, una noche

El argumento es sencillo. Sandra, trabajadora de una fábrica de placas solares interpretada por  Marion Cotillard, ha estado de baja. Al reincorporarse se encuentra con que el dueño de la empresa plantea al resto de los trabajadores un dilema: o despide a Sandra o tienen que renunciar a la paga extra. ¿Qué hará Sandra? ¿Qué harán sus compañeros? El que quiera saber la respuesta, que vea la película. Aquí, nada de spoiler.

Sin banda sonora, sin efectismo, sin retórica. Minuto a minuto, Sandra hace que su historia sea la nuestra. Secuencia tras secuencia vemos lo que es la precariedad; las consecuencias del desempleo sobre la salud mental y física de las trabajadoras; entendemos qué es eso de los trabajadores pobres; las consecuencias que tiene para la familia el paro; la inmigración y la pobreza laboral... Vemos misería y solidaridad. Y el orgullo de las que luchan, venzan o no.

Lo que no vemos son sindicatos, o al menos hay que buscarlos elípticamente y renconocerlos en un par de compañeros de Sandra. 

Si en la última película de Ken Loach no encontramos ni un ápice de esperanza, en Dos días y una noche, tardamos en encontrarla, pero la encontramos.



La ficha de la película en Filmaffinity 

jueves, 21 de noviembre de 2019

Sorry we missed you


John Berger (1926-2017), escritor, pintor y crítico de arte, publicó un libro titulado Modos de ver. Un libro que dio lugar a un programa en la BBC o viceversa, no lo sé. Berger nos enseña a acercarnos a la obra de arte, a ver y no sólo a mirar. 

Una de las obras de arte que analiza Berger es un cuadro titulado Vanidad,, de Hans Memling. Una mujer desnuda sostiene un espejo de mano en el que se contempla. No hay mejor manera de expresar plásticamente este pecado capital. Pero Berger, que nos está enseñando a ver, da un giro. Esta lectura moralizante es hipócrita. A Memling le gusta el cuerpo desnudo de la mujer, se recrea en él, disfruta de la contemplación de la modelo. Pero en su época, no es posible pintar una mujer desnuda por puro placer. Un espejo y el machismo lo solucionan todo: vanidad femenina, ni rastro de la lujuria masculina. 

Berger nos enseña a ver el arte y la realidad social que hay detrás. Las artes plásticas, la literatura, el cine nos permiten conocer, de manera indirecta, los procesos sociales que los científicos estudian mediante sus técnicas de investigación. Para conocer la situación de la clase trabajadora urbana del primer tercio español, podemos leer a los historiadores Tuñón de Lara y Núñez de Arenas (Historia del movimiento obrero español, Nova Terra, Barcelona 1979). Y podemos leer la trilogía autobiográfica de Arturo Barea, La forja de un rebelde. Luis Martín Santos nos muestra la vida en las chabolas del extrarradio madrileño en Tiempo de silencio. Vittorio de Sica nos acerca a la vida de un trabajador italiano en la inmediata segunda postguerra mundial en El ladrón de bicicletas. Nos podríamos pasar páginas y más páginas con listado de novela y cine social. Si alguien le interesa, en el caso concreto del cine, en el repositorio de la Universidad de Murcia está colgado un TFM, elaborado por J. Hernández Rubio,titulado El movimiento obrero en el cine. 161 paginas, por si alguien no concilia bien el sueño.

Como todo: la calidad va por barrios. Los riesgos son múltiples. El autor puede caer en el adoctrinamiento panfletario, como en el burdo realismo socialista soviético, con obreros y obreras de cara decidida, musculosos, demiurgos creadores del resplandeciente futuro de la Humanidad liberada. Puede caer en el maniqueísmo, separando víctimas de victimarios, olvidando que el papel de victimario no se siempre se elige libremente, o que ambos papeles pueden ser jugados por la misma persona en diferentes situaciones. Puede ser banal, no entrando en profundidad a las casusas y a las consecuencias. Puede ser soporífero, creando una disertación más que película. Puede carecer de calidad estética o, por el contrario, caer en el esteticismo.


Creo que, en general, Ken Loach logra escapar de estos riesgos. Loach no necesita presentación, y no creo que haya algo novedoso que decir del ganador de dos Palmas de Oro del festival de Cannes. Su dilatada filmografía, desde sus primeras películas como  Kes donde el protagonista es un adolescente de clase obrera predestinado al trabajo no cualificado cuando salga de la escuela, hasta la última 
Sorry we missed you nos sirven para ver y no sólo para mirar la realidad de las trabajadoras del último tercio del siglo XX y comienzos del XXI.

En Sorry we missed you no vamos a encontrar trabajadores. La clase obrera está tan derrotada que ha perdido hasta la más superficial seña de identidad. Como nos enseñó Robert Castel, ha sido vencida y ha dado paso al precariado y al cuidatorio (los trabajadores dedicados a tareas de cuidado).
Un precario y una cuidatoria, junto con sus hijos son los protagonistas de esta historia. No contaremos nada de la película, sólo que nos muestra de manera cruda como es el trabajo en las sociedades postindustriales, y cuáles son las consecuencias para los individuos y sus familias.
Loach consigue que hasta las piedras empaticen con los protagonistas de la película. Pero si lo que buscamos en un signo de esperanza, un atisbo de que la economía puede cambiar y ponerse al servicio de las personas, id a ver otra película.