John Berger (1926-2017), escritor, pintor y
crítico de arte, publicó un libro titulado Modos
de ver. Un libro que dio lugar a un programa en la BBC o
viceversa, no lo sé. Berger nos enseña a acercarnos a la obra de arte, a ver y
no sólo a mirar.
Una de las obras de arte que analiza Berger es un
cuadro titulado Vanidad,, de Hans
Memling. Una mujer desnuda sostiene un espejo de mano en el que se contempla.
No hay mejor manera de expresar plásticamente este pecado capital. Pero Berger,
que nos está enseñando a ver, da un giro. Esta lectura moralizante es
hipócrita. A Memling le gusta el cuerpo desnudo de la mujer, se recrea en él,
disfruta de la contemplación de la modelo. Pero en su época, no es posible
pintar una mujer desnuda por puro placer. Un espejo y el machismo lo solucionan
todo: vanidad femenina, ni rastro de la lujuria masculina.
Berger nos enseña a ver el arte y la realidad
social que hay detrás. Las artes plásticas, la literatura, el cine nos permiten
conocer, de manera indirecta, los procesos sociales que los científicos
estudian mediante sus técnicas de investigación. Para conocer la situación de la
clase trabajadora urbana del primer tercio español, podemos leer a los
historiadores Tuñón de Lara y Núñez de Arenas (Historia del movimiento obrero español, Nova Terra, Barcelona
1979). Y podemos leer la trilogía autobiográfica de Arturo Barea, La forja de un rebelde. Luis
Martín Santos nos muestra la vida en las chabolas del extrarradio madrileño en Tiempo de silencio. Vittorio
de Sica nos acerca a la vida de un trabajador italiano en la inmediata segunda
postguerra mundial en El ladrón de bicicletas.
Nos podríamos pasar páginas y más páginas con listado de novela y cine
social. Si alguien le interesa, en el caso concreto del cine, en el repositorio
de la Universidad de Murcia está colgado un TFM, elaborado por J. Hernández
Rubio,titulado El
movimiento obrero en el cine. 161 paginas, por si alguien no concilia
bien el sueño.
Como todo: la calidad va por barrios. Los riesgos
son múltiples. El autor puede caer en el adoctrinamiento panfletario, como en
el burdo realismo socialista soviético, con obreros y obreras de cara decidida,
musculosos, demiurgos creadores del resplandeciente futuro de la Humanidad
liberada. Puede caer en el maniqueísmo, separando víctimas de victimarios,
olvidando que el papel de victimario no se siempre se elige libremente, o que
ambos papeles pueden ser jugados por la misma persona en diferentes
situaciones. Puede ser banal, no entrando en profundidad a las casusas y a las
consecuencias. Puede ser soporífero, creando una disertación más que película. Puede
carecer de calidad estética o, por el contrario, caer en el esteticismo.
Creo que, en general, Ken Loach logra escapar de
estos riesgos. Loach no necesita presentación, y no creo que haya algo novedoso que
decir del ganador de dos Palmas de Oro del festival de Cannes. Su dilatada filmografía, desde sus primeras películas como Kes donde el
protagonista es un adolescente de clase obrera predestinado al trabajo no
cualificado cuando salga de la escuela, hasta la última
Sorry
we missed you nos sirven para ver y no sólo para mirar la
realidad de las trabajadoras del último tercio del siglo XX y comienzos del
XXI.
En Sorry we
missed you no vamos a encontrar trabajadores. La clase obrera está tan
derrotada que ha perdido hasta la más superficial seña de identidad. Como nos
enseñó Robert Castel, ha sido vencida y ha dado paso al precariado y al
cuidatorio (los trabajadores dedicados a tareas de cuidado).
Un precario y una cuidatoria, junto con sus hijos
son los protagonistas de esta historia. No contaremos nada de la película, sólo
que nos muestra de manera cruda como es el trabajo en las sociedades
postindustriales, y cuáles son las consecuencias para los individuos y sus
familias.
Loach consigue que hasta las piedras empaticen
con los protagonistas de la película. Pero si lo que buscamos en un signo de
esperanza, un atisbo de que la economía puede cambiar y ponerse al servicio de
las personas, id a ver otra película.
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