En ocasiones,
ante determinados problemas sociales, nos hemos encontrado con que las víctimas
han sido culpabilizadas de su situación. Ocurrió, por ejemplo, en los años 80
del siglo pasado, cuando estalló la epidemia del SIDA. Esta enfermedad la
padecían, sobre todo, toxicómanos y homosexuales. No faltó quien les
responsabilizó de su sufrimiento por sus “vicios”. Incluso hubo quién afirmó,
olvidando que Dios es Amor, que el SIDA era fruto de un castigo divino. Dios no
castiga, si acaso como hizo Jesús, cura (Mt 8.1-4; Mc 1,40-45; Lc 14,1-6…)
Algo parecido
ocurre, en algunos momentos, con las personas desempleados. Quién no ha oído
alguna vez eso de “trabajo hay, lo que no quieren es trabajar”, o “quien no
trabaja es porque no quiere”. Supongo que los que esto dicen no han padecido la
experiencia del desempleo. El desempleo, cuando se transforma en desempleo de
larga duración, tiene devastadoras consecuencias sobre la salud física y mental
del desempleado, así como para su sistema familiar. Habrá quien no quiera
trabajar, pero el número de personas en esta situación seguramente será
estadísticamente irrelevante.
Este discurso
culpabilizador del desempleado fue muy común durante la crisis iniciada en
2008. En particular, cuando se refería a los jóvenes que ni estudiaban ni
trabajaban (ninis). Nuestro país
padeció unas tasas de desempleo juvenil (75% en los menores de 25 años; del 45%
entre los 25 y los 30 años) tan altas, que los sociólogos del trabajo hablaron
de la singularidad española. A la par
se difundió un estereotipo: el de jóvenes que renunciaban a trabajar, no
estando tampoco haciendo el esfuerzo de aprovechar la situación de desempleo
para formarse. Culpabilizar a la víctima, olvidando el carácter estructural de
las altas tasas de desempleo en España, o que muchos de ellos, previamente a la
crisis, había abandonado los estudios para trabajar en sectores que demandaban
mano de obra con baja cualificación, como la construcción. Para estos, el
retorno al aula no era sencillo.
Ahora viene el
signo esperanzador. El Informe
trimestral de la Economía Española del Banco de España nos informa
de que la tasa de actividad de los jóvenes españoles (de 16 a 30 años) se ha
reducido sensiblemente desde el comienzo de la crisis en 2007. Ha pasado del
70% al 53% actual. Esto en principio, suena a mala noticia. Pero al parecer los
jóvenes están aprovechando los años de crisis no para buscar un trabajo
precario o inexistente, sino para formarse. El número de ninis se sitúa en 600.000 personas, mientras que en el peor momento
de la crisis, en 2012, hubo 1.7 millones.
Para la
economía española es una buena noticia. La bajada de la tasa de actividad entre
los jóvenes se verá compensada por los incrementos de la actividad y la
productividad de esta generación en el futuro.También los jóvenes que se han incorporado al estudio saldrán beneficiado. Esta comprobado que a mayor formación se corresponden mayores ingresos y trayectorias laborales más largas y seguras. Puede que alguien que deje de estudiar y se incorpore al mercado de trabajo, tendrá ingresos de manera rápida. Pero también es harto probable que su trayectoria laboral se trunque de manera brusca y, por desgracia, irremediable en la mediana edad.
Muy interesante reflexión!
ResponderEliminarGracias por estas pinceladas que ayudan a construir verdad
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