"Cocinar nos hizo humanos"
Esta afirmación la hizo el bioquímico y biólogo
evolucionista Faustino Cordón. La biografía de Cordón daría para que alguien
hiciera una película. Si alguien está interesado, en el Diccionario Biográfico
de la Real Academia de la Historia, hay una entrada dedicada
a él:
Cocinar nos hizo humanos: pasando por el fuego
los alimentos nos separamos evolutivamente de los primartes. Vázquez Montalbán,
al que unían afinidades políticas con Cordón, recoge en varios de sus escritos
esta afirmación del bioquímico. A Vázquez Montalbán le gustaba la cocina. En
una entrevista televisiva le preguntaban por qué escribía, a lo que respondió
era lo único que sabía hacer, salvo cocinar. Si no fuera escritor, si acaso,
podría ganarse la vida como cocinero.
He pasado una semana en Barcelona. Esperaba
encontrar un panorama gastronómico que explicara el sustrato culinario de las
novelas de Carvalho. Y lo que he encontrado han sido pizzerías, kebabs y chinos
regentando bares. La Boquería, el mercado al que acude el personaje Carvalho
cuando la morriña le lleva a cocinar, es un parque temático para turistas, como
le ocurre al mercado de San Miguel en Madrid.
Y es que, al fin y al cabo, Barcelona, como
Madrid, Hamburgo, Londres, Milán, París... no es una ciudad española, ni la
capital de Cataluña. Es una región en el sentido en que el geógrafo David
Harvey le da a esta palabra: un ámbito geográfico, de extensión limitada, que
compite en el mundo globalizado con otras regiones. Barcelona tiene más
conexiones (flujos monetarios, relaciones comerciales, trasvases de
información...) con Nueva York o con las ciudades/regiones citadas que con
Lérida.
Podría mantenerse lo local, al menos en lo
gastronómico. La globalización ha tenido también su dimensión gastronómica.
Pensemos que hace cuarenta años la pizza o el falafel eran ajenas a nuestra
dieta. Pero podría haber cocina catalana en Barcelona, sin tener que dejarse un
dineral en el intento, y sin tener que ir al restaurante ex profeso.
Pero es que además de ser un hub en
el sistema-mundo, Barcelona también es un destino turístico. Un destino de
primer orden en cuanto al número de turistas que recibe. La cosa tomó tal
dimensión que el gobierno municipal de Colau aprobó una tasa turística. Al
parecer, sin COVID, la vida de los barceloneses se ve afectada sobremanera por
la riada de visitantes. Me contaba una comerciante del barrio de Gràcia que,
durante las fiestas, los habitantes del barrio se marchaban porque la marea
humana y el ruido se hacían insoportables.
Turismo que no es turismo gastronómico. Turismo
de masas, que ve con buenos ojos encontrar cosas para comer que conoce. Y la
pizza, el kebab, la pasta y lo que los que no son vecinos de Usera suponen
comida china, son un estándar gastronómico que conocen un turista parisino o
uno finlandés. En Barcelona o en Palermo. Si acaso, al canon gastronómico
global se incorporan algunas especialidades locales, como la paella.
Cocinar nos hizo humanos, y la globalización
neoliberal ha hecho que cocinemos todos lo mismo. Una sola lengua, un solo
pensamiento, una sola comida…
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