sábado, 23 de noviembre de 2024

No son tantos, pero son suficientes


Hace poco escuche a un profesor de una universidad católica decir que, en lugar de fascismo, prefería hablar de totalitarismo, en la estela de Hanna Arendt. Me da la sensación que todos los grandes libros, de la Biblia al Capital, son más citados que leídos. Y Los orígenes del totalitarismo, un gran libro de Hanna Arendt sufre de esta misma dolencia: tener más citadores que lectores, y que además abunda los citadores que hacen un uso interesado y espurio del libro. Esta obra sirve a los supuestamente liberales (esa sí que es una rara avis, el liberal en estado puro) para descalificar la impugnación total al capitalismo que es el comunismo, mediante su igualación al nazifascismo. Obvian, eso sí, las páginas que Arendt dedica al imperialismo y al colonialismo (el mayor de los totalitarismos), practicados por las muy democráticas y muy liberales democracias francesa, británica, belga y estadounidense.

Siendo Arendt y su libro brillantes, son lo que son: un producto intelectual europeo gestado en una universidad norteamericana. Lo puedes tomar o no. Y a diferencia del profesor al que escuche, creo que hay que hablar de fascismo: un fenómeno histórico, un sistema ideológico. Para quien quiera saber qué es el fascismo leer a Roger Griffin, que es considerado como el mayor especialista mundial en este campo, es de ayuda. Hace un par de años, la editorial Tibidabo publicó en una obra divulgativa suya, Fascismo, una inmersión rápida, que pone de manifiesto que el fascismo, por si mismo, es un objeto de estudio, una realidad histórica con entidad propia. Pude escucharle en un congreso organizado por Comisiones Obreras, dedicado al auge de la extrema derecha. 

Para que la lectora de estas líneas se quede tranquila en cuanto a la objetividad de Griffin, profesor en una universidad británica, con un humor muy británico comenzó su intervención recordando que había construido su carrera académica en confrontación directa con la interpretación marxista del fenómeno fascista. Además de riguroso y divertido, una persona valiente: así lo demuestra comenzar su intervención en un congreso organizado por un sindicato que, aunque a día de hoy sea mayoritariamente sea socialdemócrata, es de origen comunista y sigue contando con marxistas entre sus filas.

Como en el caso de Hanna Arendt, uno puede tomar todo o parte de los postulado de Griffin o no tomar nada. En mi opinión, la consideración del fascismo como una reacción anticomunista, financiada por el capital industrial y agrario, es más que acertado. Si lee la lectora la extensa trilogía de Antonio Scurati sobre Mussolini, o El orden del día, de Éric Vuillard, verá que así fue. El fascismo, como el nazismo, no habrían sido nada sin el dinero aportado por los que más tenían que perder en el caso de una victoria del movimiento comunista.

Y es que el movimiento obrero, como vemos en Scurati, estuvo a punto de vencer en Italia. Tras la Primera Guerra Mundial, una oleada de ocupaciones de fábricas y de tierras por parte de la masa obrera fue acompaña de grandes victorias electorales, tanto legislativas como municipales. Y sin embargo, no fueron capaces de tumbar a la débil monarquía parlamentaria que regía Italia. Una cuestión de hegemonía cultural, según la explicación del secretario general de Partido Comunista de Italia, Antonio Gramsci. Las dudas y la inacción de los dirigentes socialistas italianos, acrecentada por la división del movimiento obrero que supuso la irrupción de la corriente comunista, fue aprovechada por el fascismo. Numéricamente escaso, con unos dirigentes, por decirlo de manera amable, cutres y tenebrosos, el uso de la violencia despiada y el dinero aportado por el capital industrial y agrario, permitió que el fascismo se hiciera con el poder.

Aunque parezca otra cosa, hoy en día los partidarios de las extrema derecha también son pocos. En una entrevista Sahra Wagenknecht , publicada en New Left Review en mayo de este año, esta dirigente alemana del BSW explica que, en realidad, entre los votantes de AfD abundan los que no se consideran de extrema derecha pero tienen miedo. Miedo a un futuro que implica pérdida de estatus. Pérdida de estatus de la que, en un análisis simplista fomentado por las redes sociales y los medios de comunicación, responsabilizan a los inmigrantes o a los chinos. A cualquier cosa menos al capital.

De nuevo los fascistas cuentan con apoyos económicos y, en lugar de la violencia física, tienen las redes sociales como herramienta. También cuenta, una vez más, con los errores la izquierda, preocupada por cuestiones identitarias que no interesan a la mayor parte de la clase trabajadora, en detrimento de las cuestiones materiales de la vida, como la vivienda o el empleo.

En su intervención en el congreso organizado por Comisiones Obreras, Griffin afirmó que el fascismo es un sistema inviable, en lo político y en lo económico. Pero mientras fracasa, el capaz de llenar el mundo de muerte y destrucción.

P.S. El 9 de octubre de 2021, una manifestación fascista desembocó en el asalto de la sede del sindicato italiano CGIL. Lejos de asustarse, al día siguiente, el sindicato convocó una asamblea masiva ante la misma sede: il lavoro no ha paura, el trabajo no tiene miedo.






sábado, 16 de noviembre de 2024

De coches y nazis

La historia económica contemporánea de España es la mar de amena e ilustrativa. Sobre todo la etapa franquista, que se puede resumir con un de aquellos polvos, estos lodos: las insuficiencias, desequilibrios y la situación semiperiférica de España en la economía mundial hunden sus raíces en la etapa franquista.

En 1959, la economía española estaba al borde del colapso, tras dos décadas de aislacionismo autárquico. La balanza de pagos, la diferencia entre lo que se vende y se compra en el exterior, era francamente mala, causando un alarmante déficit de divisas. En una reunión con sus ministros económicos, estos le planteaban a Franco la necesidad de introducir medidas liberalizadoras y cambio estructurales, dada la situación. Entonces, el general, que como de otras muchas cosas, no sabía nada de economía, dijo algo así “¿y la cosecha de naranjas?”, con la esperanza de que la venta en el extranjero de la cosecha de naranjas sirviera para paliar la situación. Claro, las naranjas son bastante más baratas que los productos industriales, así que no iba a ser un gran remedio vender las naranjas. Los ministros se debieron mirar entre sí, ojipláticos, debieron sudar pensando en cómo convencer al general, pero a uno se le ocurrió un argumento imbatible: “¿y si se congela la cosecha?”. Esta respuesta zanjó la cuestión y España se abrió al mundo.

Como el turismo era una forma muy rápida de obtener divisas, comenzaron a llegar turistas. Se suponía que esto del turismo iba a ser una solución provisional. Se ve que el concepto de provisional que tenían los dirigentes franquistas lo era a escala geológica, y aquí seguimos recibiendo millones y millones de turistas. De la emigración española a Europa ya hablaremos en otro momento.

También llegaron las empresas automovilísticas. Incentivos no faltaban: una fiscalidad más que parca, y una clase obrera capacitada para el trabajo industrial y muy, muy, muy disciplinada. De la disciplina ya se encargaban la Brigada Político Social, la Guardia Civil, el Tribunal de Orden Público y otras instituciones igual de comprometidas con los derechos humanos. La disciplina se traducía en bajos salarios y una legislación laboral sin huelgas. Una bicoca.

En España comenzaron a fabricarse coches. Corrijo, a ensamblar coches, porque lo cierto es que las fábricas españolas a lo que se dedicaban, y se dedican es a ensamblar piezas fabricadas en Francia, Alemania y, ahora, en los países del Este de Europa. Así, cuando en Francia hay una huelga de transporte más o menos prolongada, las fábricas españolas tienen que parar por falta de piezas.



Franco inaugurando una factoría de SEAT


Claro está que en el sector automovilístico español no se investiga y no se desarrollan productos nuevos. El I+D se hace en Alemania o en Francia, no en España. Y cuando se desarrolla en España alguna actividad de esta índole, es siguiendo las indicaciones de la empresa matriz alemana o francesa. A efectos prácticos, es una forma de colonialismo. Por dieciséis euros, un par de gin tonic en Madrid, la lectora puede comprar un libro de Eduardo Sánchez Iglesias donde se desarrolla esta idea, Empresas transnacionales, capitalismo español y periferia europea, publicado por la editorial Catarata, .

Pero la fiesta se acaba. La Volkswagen alemana atraviesa malos momentos. La competencia china, el precio la energía y otros factores han llevado a la empresa alemana a tener que plantearse recortes de plantilla.

De hecho, es el sector industrial alemán el que está en crisis. En especial, las pequeñas y medianas empresas (Mittelstand), que constituyen el grueso de las empresas exportadoras de ese país. Entre 2022 y 2023 sufrieron un 25% de descenso en su producción. Estas empresas son empresas familiares, altamente especializadas, con un gran prestigio y muy arraigadas en sus comunidades locales. El empleo que generan es de alta calidad.

Su desaparición tiene un elevado coste social. El desempleo y el empeoramiento de la calidad de vida de la población es terreno abonado para el fascismo. Lo fue en los año 30 del siglo XX, y lo vuelve a ser ahora, como pone de manifiesto el avance de Alternativa por Alemania (AfD).

 

PS. Un poco de historia de Volkswagen:

https://www.nytimes.com/es/2022/04/20/espanol/opinion/fortunas-nazi-bmw-porsche.html

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/origen-nazi-volkswagen-empresas-alemanas.html