Hace
poco escuche a un profesor de una universidad católica decir que, en lugar de
fascismo, prefería hablar de totalitarismo, en la estela de Hanna Arendt. Me da
la sensación que todos los grandes libros, de la Biblia al Capital, son más
citados que leídos. Y Los orígenes del totalitarismo, un gran libro
de Hanna Arendt sufre de esta misma dolencia: tener más citadores que
lectores, y que además abunda los citadores que hacen un uso interesado y espurio
del libro. Esta obra sirve a los supuestamente liberales (esa sí que es una rara
avis, el liberal en estado puro) para descalificar la impugnación total al
capitalismo que es el comunismo, mediante su igualación al nazifascismo. Obvian,
eso sí, las páginas que Arendt dedica al imperialismo y al colonialismo (el mayor
de los totalitarismos), practicados por las muy democráticas y muy liberales
democracias francesa, británica, belga y estadounidense.
Siendo Arendt y su libro brillantes, son lo que son: un producto intelectual europeo gestado en una universidad norteamericana. Lo puedes tomar o no. Y a diferencia del profesor al que escuche, creo que hay que hablar de fascismo: un fenómeno histórico, un sistema ideológico. Para quien quiera saber qué es el fascismo leer a Roger Griffin, que es considerado como el mayor especialista mundial en este campo, es de ayuda. Hace un par de años, la editorial Tibidabo publicó en una obra divulgativa suya, Fascismo, una inmersión rápida, que pone de manifiesto que el fascismo, por si mismo, es un objeto de estudio, una realidad histórica con entidad propia. Pude escucharle en un congreso organizado por Comisiones Obreras, dedicado al auge de la extrema derecha.
Para que la lectora de estas líneas se quede tranquila en cuanto a la objetividad de Griffin, profesor en una universidad británica, con un humor muy británico comenzó su intervención recordando que había construido su carrera académica en confrontación directa con la interpretación marxista del fenómeno fascista. Además de riguroso y divertido, una persona valiente: así lo demuestra comenzar su intervención en un congreso organizado por un sindicato que, aunque a día de hoy sea mayoritariamente sea socialdemócrata, es de origen comunista y sigue contando con marxistas entre sus filas.
Como
en el caso de Hanna Arendt, uno puede tomar todo o parte de los postulado de
Griffin o no tomar nada. En mi opinión, la consideración del fascismo como una
reacción anticomunista, financiada por el capital industrial y agrario, es más
que acertado. Si lee la lectora la extensa trilogía de Antonio Scurati sobre
Mussolini, o El orden del día, de Éric Vuillard, verá que así fue. El
fascismo, como el nazismo, no habrían sido nada sin el dinero aportado por los
que más tenían que perder en el caso de una victoria del movimiento comunista.
Y es
que el movimiento obrero, como vemos en Scurati, estuvo a punto de vencer en
Italia. Tras la Primera Guerra Mundial, una oleada de ocupaciones de fábricas y
de tierras por parte de la masa obrera fue acompaña de grandes victorias
electorales, tanto legislativas como municipales. Y sin embargo, no fueron
capaces de tumbar a la débil monarquía parlamentaria que regía Italia. Una
cuestión de hegemonía cultural, según la explicación del secretario general de Partido
Comunista de Italia, Antonio Gramsci. Las dudas y la inacción de los dirigentes
socialistas italianos, acrecentada por la división del movimiento obrero que
supuso la irrupción de la corriente comunista, fue aprovechada por el fascismo.
Numéricamente escaso, con unos dirigentes, por decirlo de manera amable, cutres y tenebrosos,
el uso de la violencia despiada y el dinero aportado por el capital industrial y agrario, permitió
que el fascismo se hiciera con el poder.
Aunque
parezca otra cosa, hoy en día los partidarios de las extrema derecha también
son pocos. En una entrevista Sahra Wagenknecht , publicada en New Left Review en mayo de este año, esta
dirigente alemana del BSW explica que, en realidad, entre los votantes de AfD abundan
los que no se consideran de extrema derecha pero tienen miedo. Miedo a un
futuro que implica pérdida de estatus. Pérdida de estatus de la que, en un análisis
simplista fomentado por las redes sociales y los medios de comunicación,
responsabilizan a los inmigrantes o a los chinos. A cualquier cosa menos al
capital.
De nuevo
los fascistas cuentan con apoyos económicos y, en lugar de la violencia física,
tienen las redes sociales como herramienta. También cuenta, una vez más, con
los errores la izquierda, preocupada por cuestiones identitarias que no interesan
a la mayor parte de la clase trabajadora, en detrimento de las cuestiones materiales
de la vida, como la vivienda o el empleo.
En su intervención en el congreso organizado por Comisiones Obreras, Griffin afirmó que el fascismo es un sistema inviable, en lo político y en lo económico. Pero mientras fracasa, el capaz de llenar el mundo de muerte y destrucción.
P.S. El 9 de octubre de 2021, una manifestación fascista desembocó en el asalto de la sede del sindicato italiano CGIL. Lejos de asustarse, al día siguiente, el sindicato convocó una asamblea masiva ante la misma sede: il lavoro no ha paura, el trabajo no tiene miedo.
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