domingo, 6 de septiembre de 2020

El ascensor social

Los sistemas políticos, para sustentarse, precisan de un mínimo más o menos elevado de adhesión o, al menos, de no beligerancia por parte de las personas sujetas a ellos. Franco se murió en una cama de La Paz, porque su régimen gozaba de predicamento entre un número nada desdeñable de  españoles, a los que había proporcionado bienestar material. Alguien tan poco sospechoso de aquiescencia con el franquismo como el historiador Ángel Viñas así lo explica.  No todos los españoles eran como mi vecino Pepe el Ruso, en cuyo DNI figuraba en rojo un desafecto al Régimen que no dejaba lugar a dudas, y que a él llenaba de orgullo.

Pero los sistemas políticos también han de dotarse de un legitimidad, para ganar la adhesión de sus ciudadanos (aunque está palabra es inadecuada referida a algunos sistemas políticos). Así, el régimen de Franco, como afirma una moneda de 25 pesetas que guardo, era cosa de Dios. La legitimidad era otorgada, no por el pueblo, no por una asamblea representativa ni aun de notables. Franco era lo que era por gracia (o por una gracia) de Dios.  

De la misma manera, Alfonso XII que llegó al trono de España gracias a la acción nada discreta de militares como Pavía, decía de sí mismo, como queda recogido en un duro de plata que guardan mis padres, que era rey constitucional de España. El primer capítulo de Un pueblo traicionado, de Paul Preston (publicado por Crítica, 2019) es bastante esclarecedor sobre la calidad democrática de sistema nacido de la Restauración borbónica en 1876.

Las democracias liberales sustentan su legitimidad sobre otras premisas tan dudosamente ciertas como el origen divino del régimen franquista o el constitucionalismo de Alfonso XII. El libre mercado y sus dogmas (ya dedicaremos una entrada a los axiomas del modelo económico liberal), la bondad del parlamentarismo, la separación (real o supuesta) de poderes… y la posibilidad del ascenso social. Películas americanas sobre el american dream las hay a espuertas: el protagonista que, gracias a su esfuerzo y su talento, superando todo tipo de dificultades, triunfa. Puedes nacer en una familia humilde, pero si te esfuerzas y haces lo correcto, puedes acabar siendo Bill Gates, por ejemplo.

En Cocktail, protagonizada por Tom Cruise, el sueño americano lo protagonizaba un camarero... que cambia de planes cuando se enamora.


Claro que esto no es cierto. Lo sabemos todos. Pero siempre queda más elegante (¿pedante?) si hemos leído un artículo académico al respecto, que demuestra, a ser posible con herramientas casi incuestionables como las estadísticas, que el ascensor social no funciona, si es que alguna vez existió.

Recogemos dos. El primero se refiere a la ciudad de Florencia, y estudia la movilidad social a largo plazo. Tan largo plazo que el estudio abarca el período comprendido entre 1427 y 2011. Usando técnicas estadísticas, Barone y Mocetti se percatan de que los apellidos de los que eran alguien en Florencia en 1427 son los mismos que los que eran alguien en 2011.

A modo de coña, si alguien ha visto la tercera parte de Hannibal, recordará de Hannibal Lecter asesina a un commendatore de la policía que le ha descubierto, Reinaldo Pazzi. Antes de destriplarlo y ahorcarlo, Lecter ilustra al alto cargo policial con un relato sobre la ejecución de  Franscisco Pazzi en 1478, un banquero que se opuso a Lorenzo de Médicis.


Otro estudio, esta vez referido a Inglaterra entre 1170-2012, pone de manifiesto que la tasa de movilidad social en una sociedad puede estimarse a partir de dos únicas variables: la distribución general de apellidos en la sociedad y la distribución de apellidos en una élite o subclase. Este estudio estima que la correlación entre estatus social derivado del nivel educativo presenta una correlación de entre 0.7 y 0.9 entre padres e hijos. Los autores lo resumen muy gráficamente: “El estatus social se hereda con más frecuencia incluso que la altura […] Esta correlación no ha cambiado durante siglos. La movilidad social en Inglaterra en 2012 fue poco mayor que en tiempos preindustriales. Por lo tanto, hay indicios de una física social subyacente sorprendentemente inmune a la intervención del gobierno” (Clark y Cummings, 2014).

 

Referencias

Barone, G. y Mocetti, S. (2016). Intergenerational mobility in the very long run: Florence 1427-2011. Temi di discussion, nº 1060. Banca de Italia. Recuperado el 1 de junio de 2020 desde https://bit.ly/3eSsua6

Clark, G. y Cumming Neil J. (2014) Surnames and Social Mobility in England, 1170–2012. Human Nature · November 2014. Recuperado el 1 de junio de 2020 desde https://bit.ly/2ZrkqXv

 

 

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