Hará cosa de cuatro años, formando parte de un equipo de vecinos de Usera, me presenté a un premio de investigación social organizado por la Fundación Foessa. Presentamos un trabajo sobre la gentrificación en el distrito de Usera. Comenzaba el estudio con un cita de Federico Engels, que fue el primero que describió un proceso de gentrificación en un libro dedicado al problema de la vivienda. Obviamente no ganamos. No por la cita de Engels, sino porque el nivel del premio es alto.
Otro día le dedicaremos un espacio a la gentrificación, a su definición, proceso e indicadores. Hoy sólo vamos a hablar de un indicador: la hostelería. Si en una zona los bares tradicionales desaparecen, y se convierten en bares de diseño o bares con pretensión de ser tradicionales, alerta porque puede estar uste en una zona gentrificada. Esto de los bares con pretensión de ser tradicionales lo explican muy bien los chicos de Pantomima Full:
En poco menos de dos minutos tenemos un estudio sociológico sobre hábitos de consumos de un grupo social: la pseudoclase media cuasi ilustrada madrileña: los que no pueden pagar una hipoteca, ni se afiliarían a un sindicato, pero que en cuanto pueden se meten en un avión con un pasaje low cost camino de Berlín o Quito y pagan 2,50 euros por una gilda, porque "saben" y no buscan el "postureo" sino lo "auténtico". Un paseo por el barrio de la Letras (otro invento) y el vídeo de Pantomina Full y ya no se precisa más explicación sobre la gentrificación.
Dos euros con cincuenta por una gilda, también conocida como banderilla: gentrificación lograda. Ensartas en un palillo varios encurtidos y un salazón y ya tienes una gilda y un negocio redondo: entre el precio de producción y el de venta pueden mediar dos euros con cuarenta, o con treinta si consideras sueldos e impuestos (contengo la carcajada sobre los sueldos y los impuestos). Para que semejante estafa cuele, hay que crear clientela. El trabajo, en sentido gramsciano, lo pueden hacer los gurús de la sección gastronómica de un medio de comunicación importante. A los de El País se le da bien. Una búsqueda en Google y tienes artículos publicados por este medio sobre esta materia (mínima): un aperitivo castizo cargado de modernidad. Este medio le ha dedicado a la banderilla varios artículos entre 2018 y 2024. No se explica como algo tan elemental como una gilda da para tando, salvo por pereza de los redactores.
En conclusión, cuando te cobran 2,5 euros por lo que antes de ponían de tapa con una caña, sabes que estás en un barrio gentrificado.
En la calle Santa Isabel, junto a la plaza de Antón Martín, hay un bar, El Parrondo, que podría ser uno de esos bares de viejos moderno que describen en su vídeo los cómicos de Pantomina Full. Y podría ser así, si sólo miras la carta: hamburguesas, falafel, hummus... Pero el hecho de que sea evidente que la última inversión en la decoración del local se debió hacer en la época de Naranjito, allá por el principio de los años 80; el tipo de música, del jazz al heavy; que no tengan redes sociales; la apariencia de la camarera, amable pero sin excesos postmodernos, que te dice un "salud" rotundo cuando te sirve la bebida, que acompañado de un "camarada", formando un "salud camarada", nos retrotraería de nuevo a los primeros 80; y sobre todo, los precios razonables, nos llevan a pensar que se trata de otra cosa: de una rara avis apoyada al borde del abismo turistificado, gentrificado o ambas cosas que es el barrio de las Letras y que será Lavapiés.
Así pues, me permito dos recomendaciones. La primera: visiten el bar Parrondo y, puesto a pedir, pidan lomo a la sal, que va acompañado de una salsa hecha con mayonesa y ajo negro resultona.
La segunda sugerencia es que aprendan a encurtir y ahórrense el timo de la gilda a 2,50. Es sencillo. Les dejo un vídeo ilustrativo:
Pues no, no vamos a hablar del goulash. Si alguien quiere preparar este plato húngaro, pues aquí tiene un vídeo que, en mi opinión, lo explica muy bien:
La receta que vamos a explicar es cómo lograr cubrir las necesidades del factor trabajo o mano de obra, sin permitir que lleguen inmigrantes a tu país. La receta húngara, alternativa a la receta Trump.
Recordemos la receta Trump: expulso a un número no significativo de inmigrantes "ilegales", con gran cobertura mediática, de manera que disciplino al resto de inmigrantes ilegales y mantenemos, por ejemplo, los salarios bajos; al mismo tiempo, utilizo a esos inmigrantes ilegales a manera de enemigo interior, como los judíos en la Alemania de los años 30 o los mineros ingleses en la era Thatcher; un enemigo interior al que echarle la culpa de todo, hasta de la muerte de Manolete, y le ofrecemos una cabeza de turco a la clase trabajadora nativa, impidiendo la convergencia de ambos sectores de la clase trabajadora. Tampoco la clase obrera sale beneficiada, porque al existir un contingente de mano de obra barata, se contienen los salarios y los derechos laborales de los nativos, al tiempo que los servicios públicos que usan ambos grupos de trabajadoras se degradan por "culpa" de los inmigrantes. Resultado: clase obrera dominada, menores costes laborales, menor conflictividad.
Para entender la receta húngara hay que tener en cuenta dos hechos previos. Por un lado, la persistente crisis demográfica de Hungría los años 80 del siglo XX, acentuada desde la caída del bloque soviético. Y por otro lado, que Hungría lleva unos cuántos años presidida por un señor llamado Viktor Orban, ultraderechista y con una no demasiado oculta relación con Putin.
Para conocer quién es Orban y qué piensa, más que hacer aquí un resumen, proponemos el siguiente vídeo, que en siete afirmaciones de este personaje queda todo claro:
Si, ese es Orban. No hace falta decir más. Pasamos a la demografía.
Desde los años 80 del siglo XX, Hungría pierde población. Tendencia que se agravó con la caído del bloque soviético. Pues resulta que la Unión Soviética y su bloque eran el infierno y todo era miseria y represión. O quizás no del todo. Porque una vez caído el socialismo real, también cayó su sistema sanitario y se incrementaron y mucho las desigualdades sociales y la pobreza. Como dijo un jesuita que vivía en Moscú desde los años 70, en la URSS la gente era pobre, pero era un pobreza digna. Después la gente simplemente fue pobre.
La consecuencia demográfica fue la caída de la esperanza de vida y el propio tamaño de la población en los países del la esfera soviética. Fenómenos especialmente intensos en Hungría.
¿Qué hacer para acabar con esto? La primera idea, bastante peregrina, fue la extender la ciudadanía húngara a todos aquellos húngaros que residían en el exterior. Minoría húngara había, por ejemplo, en Rumanía. Pues nada, se les concede a los rumanos de la minoría húngara la ciudadanía y emigrarían ipso facto a Hungría. Claro, te dan el pasaporte húngaro y dejas tu trabajo, tu casa, tus relaciones y las demás cosas que hacen que una persona esté integrada en su comunidad, para irse a un país del que lo único que conoces es, el mejor de los casos, la lengua. Obviamente no funcionó.
La segunda idea fue poner a las mujeres a parir, literalmente. El gobierno húngaro aprobó una serie de medidas de fomento de la natalidad.
No deja de ser curiosa la obsesión de las dictaduras fascistas con la procreación y el papel de la mujer en la sociedad. Los nazis tenían claro cuál era el lugar de las mujeres: "Kinder, Küche, Kirche". Niños, iglesia y cocina. En este vídeo vemos al entrañable generalísimo Franco otorgando los premios a la natalidad. También este vídeo se comenta solo:
Por el motivo que sea, las húngaras no se tomaron demasiado en serio las no demasiadas generosas ayudas a la natalidad.
¿Qué nos queda? Abaratar los costes salariales. Hacer que los y las trabajadoras húngaras trabajen más barato. En 2018, el parlamento húngaro, en el que dos tercios de los diputados son del partido de Orban (esto también se comenta solo) aprobó una norma por la que las empresas pueden hacer trabajar a sus empleados 400 horas extras anuales, a la fuerza, y que la empresa puede pagar hasta tres años después de haberlas trabajado. Imagínense la de formas que hay de no tener que pagarlas: desde un despido hasta que el trabajador se marche de la empresa. Esta es la receta húngara.
O inmigrantes en situación irregular sin derechos laborales o trabajar gratis. Un menú con pocos platos.
Va de geometría. dos círculos son concéntricos cuando tienen el mismo centro. Si no son coincidentes, uno será más "ancho" (tiene más radio) y contiene en su interior al que es menos "ancho" (tiene un radio menor). ¿Adivinen que son tres círculos concéntricos? Efectivamente, tres círculos que tienen el mismo centro y, si los radios son diferentes, uno contendrá a los otros dos, y de los dos restantes, el de mayor radio contendrá al de menor radio.
Acabo de sentirme como Tip y Coll explicando cómo llenar un vaso de agua:
Cambiamos a la sociología del trabajo. Si pensamos en la generación nacida en los años 40 y 50 del siglo XX, lo habitual es que una persona (normalmente hombre), entraba a trabajar en una empresa (normalmente industrial o en la construcción) y pasaba el resto de su vida laboral trabajando en esa empresa. Si era un pelín ambicioso y/o espabilado, ascendía dentro de la empresa. Podía hacer una carrera profesional, al tiempo que podía tener un proyecto de vida: casarse (así eran las cosas por entonces), tener hijos e hijas, comprase una vivienda, comprarse una segunda vivienda, acceder a cierto nivel de consumo... al tiempo que el trabajador adquiría derechos, como el acceso a los sistemas de salud y de pensiones. La norma social del trabajo, la que establecía que quien trabaja estaba dentro de la sociedad, tenía plena vigencia. Claro está que, en España, esto iba con retraso con respecto al resto de Europa occidental. El primer círculo. Color de rosa, un poco deslucido en la piel de toro, eso sí.
Esos trabajadores tuvieron hijos e hijas. Ellos se habían manchado las manos de grasa, de cemento, de basura, y esas manos se habían encallecido. Habían usado monos y camisas azules que, después de una jornada laboral que podía incluir horas extras que se pagaban, olían a sudor. Estos obreros, que tenían claro que eran eso, obreros, decidieron que sus hijos e hijas no se mancharan las manos y que el cuello de la camisa fuera blanco en lugar de azul, y que usaran bata blanca en lugar de mono azul. Y como con lo que ganaban, con un solo sueldo, les permitía que sus hijos e hijas no tuvieran que incorporarse tempranamente al mercado de trabajo, decidieron que estudiasen. Y estudiaron, vaya que si estudiaron. De hecho, las universidades se llenaron de hijos de obreros. Y se incorporan al primer círculo.
Pero las cosas ya no eran iguales. Estos hijos e hijas ya no se sentían obreros, la economía se fue globalizando, Thatcher y Reagan hicieron de las suyas... y estos recién llegados al primer círculo vieron con el tiempo como las empresas se fusionaban, cambian de nombre, desaparecían, les prejujbilaron... Según el sociólogo francés Robert Castell, la clase obrera había perdido la guerra. Surgía el segundo círculo.
El segundo círculo, concéntrico al primero e interior al mismo, lo fueron llenando los que después se fueron incorporando al mercado de trabajo. Los nietos de los nacidos en el los años 40 y 50, vieron como las condiciones laborales se degradaron reforma laboral tras reforma laboral. como el cuento de la meritocracia era eso un cuento, y como no sólo no podían desarrollar carreras profesionales, sino que lo de hacer un proyecto de vida como sus abuelos y sus padres, era completamente inviable. El segundo círculo se consolida y, conforme las cohortes de trabajadores se van jubilando (es el turno de boomers), va ocupando el espacio del primer círculo.
Y en esto llegaron los inmigrantes. Nadie inmigra por gusto, sino huyendo de las pésimas condiciones de sus países de origen. Además, en el caso concreto de España, lo de que vienen a quitarnos el trabajo es una falacia, en un país con una demografía que roza el colapso. No es que España haya tenido nunca una población como para tirar cohetes. En el siglo XVII, los Austrias, tan aficionados ellos a los impuestos, crearon uno para los varones solteros, a ver si así se animaban a tener casarse y procrear. En el siglo XX, como en otros países católicos, la natalidad terminó por desplomarse. Si, cumpliendo el sueño húmedo de algunos, expulsamos a todos les extranjeros y forzamos a trabajar a todos los desempleados, faltarían un millón de personas trabajadoras.
Dicho esto, estas personas inmigrantes ocupan los nichos laborales que los nacionales no ocupan por estar mal pagados y tener peores condiciones laborales: de la agricultura a los cuidados, pasando por la hostelería. Le escuché a una inmigrante que ellos venían porque los españoles éramos unos flojos. Pues mire, no, que usted llegó a un país que una clase obrera levantó de la ruina de una guerra civil y que aportó tres millones de trabajadores al milagro europeo de la postguerra mundial. Ni los españoles somos unos flojos ni los inmigrantes nos quitan el trabajo.
Estos inmigrantes, incorporados al segundo círculo, aspiran, con respecto a sus hijos e hijas, a lo mismo que nuestros abuelos: que sus hijos no se ensucien las manos. Pero aquí viene el tercer círculo. Al inmigrante, sobre todo al que está sin papeles, que no se identifica con el trabajador nacional, que no está sindicado, que no tiene derechos políticos, que tiene miedo a ser deportado, se le puede explotar más y sale más barato. Nace así el tercer círculo: el de los trabajadores que esperan todas las mañanas en la plaza elíptica de Madrid que alguien les ofrezca un trabajo en la construcción o los que trabajan en campañas agrícolas o cuidan de las personas mayores.
Dice el presidente de los Estados Unidos que va a expulsar a todos los inmigrantes "ilegales". Y mientras le veo decirlo en el telediario pienso "¿quién va a recoger las naranjas en California?". A comienzos del siglo XVII, los Austrias expulsaron a los moriscos. Las quejas de los nobles terratenientes valencianos no se hicieron esperar. Serían musulmanes, pero trabajaban las tierras, se encargaban de la seda, de la artesanía. Todavía se oyen las carcajadas del sultán otomano por tan hábil política económica. Primero te deshaces de una mano de obra cualificada, como eran los judíos, y luego de otra mano de obra cualificada, como eran los moriscos.
Me da que lo que hay detrás de la primera gran redada, muy televisada, no vendrán otras hasta que los asuntos de política interior necesiten una cortina humo. Habrá otra redada cuando baje la popularidad o haya un escándalo que tapar. Cortina de humo, como la película protagonizada por Robert de Niro y Dustin Hoffman
Pero los inmigrantes y, en especial, los sin papeles, también pueden servir de cabeza de turco, a la manera de los judíos en la Alemania nazi: todo lo malo que pasa en nuestra sociedad es culpa suya: de la delincuencia a la suciedad la ciudad, todo.
Pero lo más importante, es que sirven, a modo de ejército de reserva industrial, para degradar las condiciones laborales, de manera que el tercer círculo se coma al segundo y a los restos del primero. Para eso es importante mantenerlos sin derechos, y separados de la clase trabajadora autóctona. Al final no se trata más que de eso, de contar con un proletariado de servicios sumiso y barato.
Hay otra alternativa, que viene de la Hungría de Orban, pero eso lo dejamos para otra entrada.
Hace
poco escuche a un profesor de una universidad católica decir que, en lugar de
fascismo, prefería hablar de totalitarismo, en la estela de Hanna Arendt. Me da
la sensación que todos los grandes libros, de la Biblia al Capital, son más
citados que leídos. Y Los orígenes del totalitarismo, un gran libro
de Hanna Arendt sufre de esta misma dolencia: tener más citadores que
lectores, y que además abunda los citadores que hacen un uso interesado y espurio
del libro. Esta obra sirve a los supuestamente liberales (esa sí que es una rara
avis, el liberal en estado puro) para descalificar la impugnación total al
capitalismo que es el comunismo, mediante su igualación al nazifascismo. Obvian,
eso sí, las páginas que Arendt dedica al imperialismo y al colonialismo (el mayor
de los totalitarismos), practicados por las muy democráticas y muy liberales
democracias francesa, británica, belga y estadounidense.
Siendo
Arendt y su libro brillantes, son lo que son: un producto intelectual europeo
gestado en una universidad norteamericana. Lo puedes tomar o no. Y a diferencia
del profesor al que escuche, creo que hay que hablar de fascismo: un fenómeno
histórico, un sistema ideológico. Para quien quiera saber qué es el fascismo
leer a Roger Griffin, que es considerado como el mayor especialista mundial en
este campo, es de ayuda. Hace un par de años, la editorial Tibidabo publicó en
una obra divulgativa suya, Fascismo, una inmersión rápida, que pone
de manifiesto que el fascismo, por si mismo, es un objeto de estudio, una
realidad histórica con entidad propia. Pude escucharle en un congreso
organizado por Comisiones Obreras, dedicado al auge de la extrema derecha.
Para
que la lectora de estas líneas se quede tranquila en cuanto a la objetividad de
Griffin, profesor en una universidad británica, con un humor muy británico comenzó su intervención
recordando que había construido su carrera académica en confrontación directa
con la interpretación marxista del fenómeno fascista. Además de riguroso y divertido,
una persona valiente: así lo demuestra comenzar su intervención en un congreso organizado
por un sindicato que, aunque a día de hoy sea mayoritariamente sea socialdemócrata, es de origen comunista y sigue contando con marxistas entre sus
filas.
Como
en el caso de Hanna Arendt, uno puede tomar todo o parte de los postulado de
Griffin o no tomar nada. En mi opinión, la consideración del fascismo como una
reacción anticomunista, financiada por el capital industrial y agrario, es más
que acertado. Si lee la lectora la extensa trilogía de Antonio Scurati sobre
Mussolini, o El orden del día, de Éric Vuillard, verá que así fue. El
fascismo, como el nazismo, no habrían sido nada sin el dinero aportado por los
que más tenían que perder en el caso de una victoria del movimiento comunista.
Y es
que el movimiento obrero, como vemos en Scurati, estuvo a punto de vencer en
Italia. Tras la Primera Guerra Mundial, una oleada de ocupaciones de fábricas y
de tierras por parte de la masa obrera fue acompaña de grandes victorias
electorales, tanto legislativas como municipales. Y sin embargo, no fueron
capaces de tumbar a la débil monarquía parlamentaria que regía Italia. Una
cuestión de hegemonía cultural, según la explicación del secretario general de Partido
Comunista de Italia, Antonio Gramsci. Las dudas y la inacción de los dirigentes
socialistas italianos, acrecentada por la división del movimiento obrero que
supuso la irrupción de la corriente comunista, fue aprovechada por el fascismo.
Numéricamente escaso, con unos dirigentes, por decirlo de manera amable, cutres y tenebrosos,
el uso de la violencia despiada y el dinero aportado por el capital industrial y agrario, permitió
que el fascismo se hiciera con el poder.
Aunque
parezca otra cosa, hoy en día los partidarios de las extrema derecha también
son pocos. En una entrevista Sahra Wagenknecht , publicada en New Left Review en mayo de este año, esta
dirigente alemana del BSW explica que, en realidad, entre los votantes de AfD abundan
los que no se consideran de extrema derecha pero tienen miedo. Miedo a un
futuro que implica pérdida de estatus. Pérdida de estatus de la que, en un análisis
simplista fomentado por las redes sociales y los medios de comunicación,
responsabilizan a los inmigrantes o a los chinos. A cualquier cosa menos al
capital.
De nuevo
los fascistas cuentan con apoyos económicos y, en lugar de la violencia física,
tienen las redes sociales como herramienta. También cuenta, una vez más, con
los errores la izquierda, preocupada por cuestiones identitarias que no interesan
a la mayor parte de la clase trabajadora, en detrimento de las cuestiones materiales
de la vida, como la vivienda o el empleo.
En su intervención en el congreso organizado por
Comisiones Obreras, Griffin afirmó que el fascismo es un sistema inviable, en
lo político y en lo económico. Pero mientras fracasa, el capaz de llenar el
mundo de muerte y destrucción.
P.S. El 9 de octubre de 2021, una manifestación fascista desembocó en el asalto de la sede del sindicato italiano CGIL. Lejos de asustarse, al día siguiente, el sindicato convocó una asamblea masiva ante la misma sede: il lavoro no ha paura, el trabajo no tiene miedo.
La historia económica
contemporánea de España es la mar de amena e ilustrativa. Sobre todo la etapa franquista,
que se puede resumir con un de aquellos polvos, estos lodos: las insuficiencias,
desequilibrios y la situación semiperiférica de España en la economía mundial
hunden sus raíces en la etapa franquista.
En 1959, la economía española
estaba al borde del colapso, tras dos décadas de aislacionismo autárquico. La balanza
de pagos, la diferencia entre lo que se vende y se compra en el
exterior, era francamente mala, causando un alarmante déficit de divisas. En una
reunión con sus ministros económicos, estos le planteaban a Franco la necesidad
de introducir medidas liberalizadoras y cambio estructurales, dada la
situación. Entonces, el general, que como de otras muchas cosas, no sabía nada
de economía, dijo algo así “¿y la cosecha de naranjas?”, con la esperanza de que
la venta en el extranjero de la cosecha de naranjas sirviera para paliar la situación.
Claro, las naranjas son bastante más baratas que los productos industriales, así
que no iba a ser un gran remedio vender las naranjas. Los ministros se debieron
mirar entre sí, ojipláticos, debieron sudar pensando en cómo convencer al
general, pero a uno se le ocurrió un argumento imbatible: “¿y si se congela la cosecha?”.
Esta respuesta zanjó la cuestión y España se abrió al mundo.
Como el turismo era una forma muy
rápida de obtener divisas, comenzaron a llegar turistas. Se suponía que esto del
turismo iba a ser una solución provisional. Se ve que el concepto de
provisional que tenían los dirigentes franquistas lo era a escala geológica, y
aquí seguimos recibiendo millones y millones de turistas. De la emigración
española a Europa ya hablaremos en otro momento.
También llegaron las empresas automovilísticas.
Incentivos no faltaban: una fiscalidad más que parca, y una clase obrera capacitada
para el trabajo industrial y muy, muy, muy disciplinada. De la disciplina ya se
encargaban la Brigada Político Social, la Guardia Civil, el Tribunal de Orden Público
y otras instituciones igual de comprometidas con los derechos humanos. La disciplina se
traducía en bajos salarios y una legislación laboral sin huelgas. Una bicoca.
En España comenzaron a fabricarse
coches. Corrijo, a ensamblar coches, porque lo cierto es que las fábricas españolas
a lo que se dedicaban, y se dedican es a ensamblar piezas fabricadas en Francia,
Alemania y, ahora, en los países del Este de Europa. Así, cuando en Francia hay
una huelga de transporte más o menos prolongada, las fábricas españolas tienen
que parar por falta de piezas.
Franco inaugurando una factoría de SEAT
Claro está que en el sector automovilístico
español no se investiga y no se desarrollan productos nuevos. El I+D se hace en
Alemania o en Francia, no en España. Y cuando se desarrolla en España alguna
actividad de esta índole, es siguiendo las indicaciones de la empresa matriz
alemana o francesa. A efectos prácticos, es una forma de colonialismo. Por dieciséis
euros, un par de gin tonic en Madrid, la lectora puede comprar un libro de Eduardo
Sánchez Iglesias donde se desarrolla esta idea, Empresas transnacionales, capitalismo español y periferia
europea, publicado por la editorial Catarata, .
Pero la fiesta se acaba. La Volkswagen
alemana atraviesa malos momentos. La competencia china, el precio la energía y
otros factores han llevado a la empresa alemana a tener que plantearse recortes
de plantilla.
De hecho, es el sector industrial
alemán el que está en crisis. En especial, las pequeñas y medianas empresas
(Mittelstand), que constituyen el grueso de las empresas exportadoras de ese
país. Entre 2022 y 2023 sufrieron un 25% de descenso en su producción. Estas
empresas son empresas familiares, altamente especializadas, con un gran
prestigio y muy arraigadas en sus comunidades locales. El empleo que generan es
de alta calidad.
Su desaparición tiene un elevado
coste social. El desempleo y el empeoramiento de la calidad de vida de la
población es terreno abonado para el fascismo. Lo fue en los año 30 del siglo
XX, y lo vuelve a ser ahora, como pone de manifiesto el avance de Alternativa
por Alemania (AfD).
De vez en cuando, por los parques de Usera, se pueden ver a chinos y chinas recogiendo hierbas. Se ha de suponer que son comestibles o medicinales y que saben lo que están recogiendo. Pero es un riesgo, recoger hierbas sin saber si se han contaminado con productos fitosanitarios de las utilizadas habitualmente en la zonas verdes. Por no hablar del riesgo de que lo que te vayas a comer esté regado por la orina de un perro o una rata. Muchos números para acabar en el Doce de Octubre, a la espera de un diagnóstico improbable al modo de House MD.
Entre las plantas comestibles que se pueden ver en descampados, alcorques, parques o huecos en el pavimento está la verdolaga (Portulaca oleracea L.).
Es una hierba anual, sin pelos (glabra), con el tallo verde o rojizo, frecuentemente a ras de suelo (rastrero). Las hojas son alternas u opuestas, suculentas (al tacto "gorditas"), casi sin peciolo (pegadas al tallo), y con el margen entero (el borde liso). Las flores son minúsculas (de 3 a 10 mm), solitarias o en racimos de floración progresiva. Cinco pétalos, amarillos, y entre 6 y 12 estambres. El fruto es una minúscula cápsula (pixidio: se abre al madurar) que contiene unas semillas negras de entre 0,6 y 1,2 mm
Este ejemplar está en el huerto de San Juan de Ávila, en el barrio de Zofío (Usera, Madrid), a salvo de de meadas de perro y rata:
Se comen las hojas y los tallos. Y si haces caso a alguna web, las flores. En este vídeo podemos ver una receta de ensalada y otra de tortilla. Un entusiasta el cocinero italiano, pero las recetas carecen de imaginación: previsibles.
Propiedades medicinales también tiene. En esta web se detallan sus usos médicos y se dan referencias bibliográficas. Es la mayor fuente vegetal de Omega 3; se usa para eliminar lombrices intestinales; hay estudios que demuestran que podría usarse para combatir el cáncer de pulmón y de hígado.
Y le llamamos mala hierba. Pero también nos reímos de vez en cuando de los chinos.
En noviembre de este año, la
Universidad Complutense de Madrid organiza un congreso de Ciencias de las
Religiones. En principio, presento una comunicación sobre la extensión del
evangelismo en España de la mano de la inmigración latinoamericana, tomando
como ámbito de estudio el madrileño distrito de Usera.
Resulta que en este distrito,
conocido por la presencia de una comunidad china que tapa un galopante proceso
de gentrificación, hay más iglesias evangélicas que templos católicos, además
de estar más concurridos y por una feligresía sensiblemente más joven que la
católica. A futuro, si esta comunicación da para más, habrá que estudiar si las segundas y
terceras generaciones de inmigrantes sufren un proceso de “asimilación
religiosa” y, como el resto de la sociedad española, se secularizan como sus
coetáneos españoles.
El proceso de expansión del
evangelismo por América Latina ha sido objeto de una
amplia literatura científica. También la implicación política de los
evangélicos en la política de cada una de las naciones latinoamericanas.
La extensión de las iglesias
evangélicas fue apoyada desde los Estados Unidos, generosamente regado de
dólares. Conocido es el hecho de que, a comienzos de los ochenta, la teología
de la liberación había ganado fuerza y se había constituido en una fuerte
oposición a los intereses norteamericanos en la región. La represión fue una de
las vías utilizadas para frenarla. El asesinato del conservador Óscar Romero
sirve de ejemplo. La otra, la que hemos mencionado: extender unas formas de
cristianismo, socialmente conservador cuando no reaccionario, que sirviera de
freno a la teología de la liberación, nacida en el ámbito católico.
Teológicamente estas iglesias son
muestras de pensamiento débil. Los matices teológicos se dejan de lado, para
poder establecer alianzas entre las diferentes iglesias. Pero esto también
permite que personas que no tienen una adscripción eclesial se sientan
identificadas con el evangelismo teológicamente difuso. Más que un corpus de
creencias es un conjunto de actitudes ante determinados temas (raza, aborto,
liberación de la mujer, islamofobia…). Eso sí, una cristología de lo más
sorprendente, con un Jesús machote que podría acompañar a John Wayne en
alguna de sus aventuras.
Tampoco los pobres y mucho menos su
emancipación tiene un lugar central en su teología. Ni si quiera la mera
asistencia social. Lo suyo es la teología de la prosperidad: Dios elige a los
suyos, y esa elección se pone de manifiesto en su prosperidad material. El que
es pobre lo es posiblemente por sus pecados. Al fin y al cabo, Calvino y su
doctrina de la predestinación están en los orígenes del evangelismo.
Entre lo que he leído para preparar
la comunicación, está un libro de Kristin Kobes du Mez, Jesús y John Wayne. Cómo
los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación, publicado
por Capitán Swing . Una de las virtudes de este libro es la de ayudar a entender como
Trump pudo ganar unas elecciones en su país. Y cómo puede volver a presentarse
con posibilidades de volver a ganar.
Y este libro ayuda a entender
también una inquietante afirmación de Margaret Atwood en el prólogo de su novela
El cuento de la criada: para escribir su libro se había basado en hechos
que había encontrado en la prensa. Ahí lo dejamos.
Nunca dejará de sorprenderme la manera que Occidente ha transformado la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret (personaje histórico) o Jesucristo (el Cristo de la fe, para los creyentes) en una pantagruélica celebración del consumo.
Quizás sea porque son pocos los que viven de manera coherente en la enseñanzas de Jesús de Nazaret, plasmadas claramente en los evangelios. Quizás sea, también, porque muchos no acaben de creer del todo lo recogido en esos escritos bíblicos. En una viñeta, Quino muestra a una señora con un abrigo de pieles que da limosna a un persona que pide a la puerta de una iglesia, al tiempo que dice algo así como "como os la habéis apañado los pobres para quedar bien en los evangelios".
El caso es que en coincidiendo con la celebración del nacimiento de quien dio un protagonismo central a los pobres, se dispara el consumo de manera orgiástica. Eso estando al borde el desastre ecológico.
Si estamos al borde del colapso. El ser humano (unos más que otros, en función de su nivel de consumo, todo sea dicho) se ha convertido en una plaga para el planeta. Recordemos que la Tierra es un sistema cerrado y los recursos limitados, siendo la luz solar el único insumo que viene del exterior. Y ese planeta viven varios miles de millones de humanos que consumen recursos como si estos fueran ilimitados (unos más que otros, insisto). Hemos llenado el planeta.
Verdolaga. Esa la mala hierba que aparece en la fotografía inferior. Es comestible. En un parque cogí una pequeña planta y la trasplante en es maceta. Es una planta que crece a ras de suelo y de manera radial. Así si un vaca, por ejemplo, la pisa la planta sufrirá daños, pero una parte considerable de la planta permanecerá indemne. La pequeña planta ya ha ocupado la totalidad de la maceta. Incluso la ha desbordado. En el proceso, el resto de plantas que nacieron de manera espontánea en el macetero han desaparecido masacradas por la verdolaga. Algo así hemos hecho los humanos (unos más que otros) con el planeta.
Fíjense ahora en el cactus de la siguiente fotografía.
Exactamente lo mismo. La planta ha desbordado la maceta y un tallo cuelga, buscando espacio para seguir creciendo. Si encontrara otra maceta debajo, haría exactamente lo que la lectora está pensado: colonizaría la nueva maceta.
No hay planeta B suelen decir los ecologistas. Pero lo cierto es Elon Musk y otros multimillonarios están demasiado interesados en la carrera espacial. Quizás sea han dado cuenta de que gracias principalmente a ellos, el planeta A ya está lleno y esquilmado, y se estén preparando para que sus nietos busquen ese planeta B.
Si pueden, y Rey de Reyes o el peplum que hayan programado las televisiones no les interesa, busquen No mires arriba. Es muy ilustrativa. Feliz Navidad.
No has dormido bien. Puede ser que tu hijo pequeño ha pasado mala noche y su tos o su llanto no te han dejado pegar ojo. Puede ser que tu padre con Alzheimer se levanta cada media hora y se viste para ir a trabajar, refunfuñando porque el despertador no ha sonado. Puede ser que se acerca el primer día de mes, y no tengas con qué pagar la mensualidad de la hipoteca o el recibo de la luz. O que vives hacinado en un piso por el que pagas una cifra astronómica.
El transporte público, con sus retrasos y la aglomeración de viajeros, tampoco ayuda. Sales del metro o te bajas del cercanías sudada, cansada y enfadada. Llegas a un trabajo donde tu jefe considera que ser arbitrario, humillar a su subalternos, forma parte de las skills del buen líder. Quizás tenga el pene pequeño, su vida sexual sea un desastre o en la infancia le laminaron la autoestima por ser pobre y gordo y llevar gafas. Pero lo pagas tú. El salario no da para mucho, y encima no sabes si, a pesar de que ahora los contratos se presupongan indefinidos, te echaran antes de que finalice el período de prueba o te echen usando alguna escusa que se parezca vagamente a las causas de despido objetivo. El trabajo que te toca hacer es el dos personas, está mal organizado, tu responsable directo no te respalda y cuestionar cualquier cosa te acerca a la pérdida del empleo. Tienes que salir corriendo conforme salgas del trabajo, porque no llegas a recoger a tus hijas al colegio. Eso si no te tocas quedarte, hacer horas extras que no te van a compensar, porque hay que sacar el trabajo entre todos y mostrar compromiso con la misión de la empresa (que suele ser generar beneficios para sus propietarios). Otro viaje en transporte público. Luego tocará la segunda jornada, en casa, sobre todo si eres mujer. Mejor dicho, si eres mujer.
Cuando llegas a la cama, te pareces a Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco.
Con el paso del tiempo notarás que tienes problemas musculoesqueléticos, probablemente el cuello te duela o la mandíbula se te ponga rígida, dormirás mal, tendrás problemas gástricos... Pero te dirán que no sabes manejar el estrés, que te faltan competencias personales. Y te dirán que hagas mindfulness o deporte o que tomes infusiones, que leas libros de filosofía estoica o que disfrutes de los pequeños placeres de la vida (los que te puedes pagar, claro). Si la cosa va a más, un día vas a la consulta del médico de atención primaria que, probablemente te recete diazepam o cualquier otro ansiolítico. Otra opción, si te la puedes permitir, es acudir a la consulta de una psicóloga.
En cualquier caso, como digo, te dirán que eres tú y tu falta de competencias emocionales. La psicologización de las relaciones laborales. El diagnóstico y la solución que interesan a los que quieren que no cambie nada. Al contrario que algunas rupturas sentimentales, eres tú, no yo.
Pero las cifras nos hacen pensar que la cosa es más compleja. Hasta el 1 de octubre de 2023, se han producido 451.646 bajas laborales por salud mental. En mayo de 2023, se batió el récord histórico, con 56.000 bajas mensuales, por encima de las 51.000 bajas mensuales durante el confinamiento. Estas bajas suponen el 15% del total de las bajas. Con mayor incidencia entre las mujeres (17%) que entre los hombres (12,4%). La duración media de estas bajas es de 108 días, sólo superadas por las causadas por los tumores y las cardiopatías. La tendencia, desde 2016 ha sido claramente alcista: se han incrementado las bajas por problemas mentales un 81,5% desde 2016. En términos económicos, el coste de la depresión en España supera los 6.000 millones de euros anuales.
No parece que sea un problema individual. Y las causas tampoco parecen estar en déficits personales. Más bien tiene que ver con la reorganización o la inseguridad en el puesto de trabajo. trabajar muchas horas y una carga de trabajo excesiva, o el acoso y la violencia en el trabajo.
El informe sobre salud mental del Relator Especial para el derecho a la salud de las Naciones Unidas para, de 2019, dice deja claro la correlación directa entre un sindicalismo fuerte y la mejor salud mental de las trabajadoras. Al fin y al cabo, donde hay sindicatos fuertes la protección de la salud laboral es mayor, las cargas de trabajo y la precariedad laboral menores, existen protocolos contra el acoso en todas su formas...
En conclusión: para afrontar problemas de salud mental relacionados con el trabajo, es mejor afiliarse a un sindicato que acudir a la consulta de una psicóloga.
He sido especialmente feliz en varios sitios. En librerías (sobre todo en la cuesta de Moyano) y en bares. Cuando uno dice que ha sido feliz en la librerías,, se corre el riesgo de quedar como un pedante. Pero es cierto: encontrar un libro de Vázquez Montalbán o de Leonardo Sciascia descatalogados es un placer asumible para alguien que tiene un sueldo magro, por poner un adjetivo suave a mi sueldo.
Por otro lado, si uno dice que ha sido especialmente feliz en los bares, pues queda como un beodo. Pero las vivencias no están necesariamente vinculadas al consumo de alcohol o de alimentos fritos en aceites de dudosa calidad y excesivamente reutilizados. La felicidad provenía de compartir la cerveza o el kalimotxo con otras personas. Noches que se alargaban entre el humo, los minis y las conversaciones en un bar llamado La Pepita, en Malasaña, junto con con un grupo de freaks... Proust tenía una magdalena, yo el sabor del kalimotxo y las alitas de pollo. Cutre, pero feliz.
El caso es que en The Economist he leído un artículo titulado Apart, together, sobre tendencias en el consumo en países ricos. Básicamente dice el autor que si bien los indicadores macro, incluido el empleo, han vuelto a sus niveles previos al COVID, el consumo en los pubs y bares no se recupera. Los consumidores en los países ricos se han convertido en ermitaños. Consumen, sí, pero en sus casas, gastándose el dinero en bienes. Bicicletas estáticas, por ejemplo.
A mi me da que no es lo mismo pasar la tarde del sábado montando en bicicleta estática, viendo una serie, que pasarla jugando al risk o al trivial en La Manuela (lo mío son los bares con nombre de mujer, parece ser), con un rendimiento como jugador inversamente proporcional al número de gin tonics y a la hilaridad sobrevenida que el alcohol y la conversación producen. Y, de vez en cuando, el amor. Ya lo decía Gabinete Caligari: no hay como el calor del amor en un bar.
Es posible que si la lectora de estas líneas viva en esta fiesta de la hostelería que es la Comunidad de Madrid, argumente que aquí los bares están atestados. Pues sí, pero algo tiene que ver el fenómeno de la turistificación. Pero ese es otro debate.
Más solos, más aislados. Cambio antropológico. El neoliberalismo avanza victorioso en la lucha final.
Por un rato me gustará parecerme físicamente
menos a Sancho Panza y más a Paul Newman en Éxodo. La película de Otto Preminger, basada
en la novela homónima de Leon Uris, es una apología sionista: unos judíos
muy buenos y unos palestinos muy siniestros.
He buscado relatos
y películas en las que se den intercambios de cuerpos y mentes. Relatos de
intercambios de fundas corporales (el concepto no es mío: gracias a la compañera que lo compartió conmigo). No
he encontrado gran cosa, menos que merezca la pena.
Pero me he puesto a fantasear: cómo sería mi vida con la percha de Paul Newman, y de ahí he pasado a pensar en
cómo resultaría el intercambio entre Netanyahu y una mujer palestina embarazada
y fuera de cuentas en Gaza. Y de ahí he pasado, poniéndome estupendo, a pensar en el papel del pueblo
palestino como mano de obra barata y sometida en la economía israelí, encerrada
en un bantustán como en el que los afrikaners pretendieron encerrar a los africanos
de color durante el apartheid (https://laboromniavincit2018.blogspot.com/2020/09/).
Porque me da que este conflicto se
puede resumir de la siguiente manera: las ultraderechas laica y religiosa israelíes se enfrentan a la ultraderecha religiosa palestina, según la opinión del
profesor de filosofía del derecho de la Universidad de Valencia Javier de
Lucas. A lo que añado que ambas sojuzgan a la clase trabajadora palestina de
Gaza. Con lo que el conflicto, en realidad, no es sino una expresión más de
lucha de clases. Quizás si la clase trabajadora israelí fuera consciente de su
sometimiento a las ultraderechas laica y religiosa y, rizando el rizo,
los trabajadores de la industria de armamentos tomaran conciencia de su ser
obrero y humano y se declararan en huelga mientras dure el conflicto, lo mismo
se paraba la masacre en Gaza.
Pero se me antoja que esta última
ensoñación va a ser difícil que se haga realidad. Tanto como que Bibi Netanyahu no se vea lo pies por
culpa de su avanzado estado de gestación. Tanto como que yo me mire al espejo y sonriendo me diga “qué
ojazos azules tienes, bribón”
Cuentan que allá en los comienzos del siglo XX,
la naviera Transmediterránea pasaba por una mala racha. Daba pérdidas. Así que
el Consejo de administración de la compañía decidió contratar a un ingeniero
naval, del cuerpo de ingenieros de la Armada, para ver si reflotaba (en sentido
económico) la empresa. Nicolás Franco, que es como se llamaba el ingeniero,
comenzó su tarea con muchas horas de trabajo. Trabaja de sol a sol y, a
menudo, hasta bien entrada la madrugada. La empresa se fue enderezando. Por fin,
un trimestre dio un saldo positivo. Trimestre a trimestre los resultados fueron mejorando. Y de manera inversamente proporcional a los beneficios, el tiempo de presencia en el despacho de don Nicolás fue disminuyendo.
La cosa llegó al punto de que don Nicolás se
pasaba de vez en cuando por su despacho, pedía algunas informaciones, tomaba
alguna decisión y se marchaba. Ante tal desfachatez, el presidente del consejo
de administración, que había contratado a don Nicolás, por un buen dinero todo sea dicho, le
llamó a capítulo. Ante la reprimenda por su escasa presencia don Nicolás
respondió: “esto es como un reloj de cuco averiado. Yo lo he arreglado, y ahora
que funciona basta con venir a darle cuerda, el resto del tiempo lo puedo pasar
en casa”. Dicho esto con acento gallego, porque don Nicolás era ferrolano.
El Ferrol del Caudillo, del Caudillo al que Nicolás llamaba hermano, porque
efectivamente era hermano de Francisco Franco.
Supongo que Nicolás Franco sería un buen ejemplo
para los trabajadores de Tik Tok, que han ido a la huelga porque les quieren
quitar el teletrabajo y por el daño psicológico que implica pasarse la jornada
laboral viendo vídeos de contenido dudoso.
El tiempo. El tiempo de trabajo, su distribución
en jornadas anuales y diarias, el tiempo de descanso entre jornadas y el
descanso semanal, las vacaciones pagadas, los días de asuntos propios… El
tiempo ocupa un lugar no menor en los manuales de Derecho del Trabajo. También
el lugar de prestación del trabajo tiene su espacio en esos libros. El tiempo y
el espacio en el que se lleva a cabo la prestación son el resultado del
conflicto regulado que son las relaciones laborales, y la regulación del tiempo
y del espacio se reflejan en los convenios colectivos, por ejemplo.
Esta regulación tiene su origen en el marco en
que se surge y se desarrolla el Derecho del Trabajo. Un marco en el que el
obrero industrial y el jornalero agrícola eran los principales modelos de
trabajador. De manera que el trabajo había
que realizarlo en un lugar concreto (el taller fabril, un campo de cultivo) en
unas horas determinadas. El trabajo en la cadena de montaje solo se puede hacer
en la propia fábrica y coincidiendo con el resto de obreros que trabajan en la
cadena. Si no es así, no es posible que funcione la cadena.
Pero el trabajado ha sufrido una metamorfosis
profunda, de manera que en nuestro país ya no quedan apenas obreros
industriales, y si abunda el proletariado de servicios. Esos que han estudiado
para trabajar, pero que viven y trabajan peor que otros trabajadores menos
cualificados. Gran parte de su trabajo, puede que todo, no requiere un lugar
fijo para ejecutarlo y es posible hacerlo con flexibilidad horaria. Piensen en
un programador informático, por ejemplo.
Pero al parecer la cultura del presencialismo
está muy vigente en España. Como los horarios completamente irracionales, con
largas pausas para comer. Esto se lo debemos al hermano de Nicolás, Francisco. Lo dejamos para otra entrada.
Fernando es una persona que
proviene de América Latina. Es muy correcto, con un habla pausada, suave como
el café de su tierra. Lleva dos años en España, huyendo de una extorsión y de
las amenazas de muerte que recibió al no querer pagar. Salió de la jungla verde
y viva para meterse en el desierto agreste de nuestra legislación de
extranjería. Solicitó asilo, se lo denegaron, recurrió y ahí sigue, esperando
que se resuelva el recurso. Vamos juntos en el metro, camino de un trámite.
Cuenta historias entre silencios más o menos prolongados. Unas son anécdotas
jocosas. Otras no tanto. Cuenta que estuvo en la campaña de la aceituna, que le
cobraba el patrón nueve euros diarios por el transporte desde el pueblo al tajo,
que les cobraba por los guantes y por el macaco,
el cesto que se acopla al dorso para ir depositando las aceitunas, que les
pagaban cinco euros por capacho lleno (unos 10 kg), que otros jornaleros se
drogaban para poder aguantar el ritmo del trabajo… Hace otra vez una pausa,
sonríe, mira a la gente que atesta el vagón de metro y me dice con voz queda:
“huele a humanidad, pero me gusta pensar que Jesús, que prefería la compañía de
los pobres, viaja con nosotros en metro”.
Ismael también viene de América
Latina, como Fernando, pero más al sur. También muy correcto. Si nos pusiéramos
a contar la frecuencia de cada palabra que usa un tercio serían señor, por
favor y gracias. También tiene un acento dulce. A veces, cuando le escuchas
relatos de su vida su voz tiene el timbre inconfundible de la verdad
humana.Llegó a España muy joven,
engañado con una falsa oferta para jugar en un equipo de fútbol. Ha tenido que
trabajar de todo. Cuenta que en un pueblo le contrataron para limpiar el
polideportivo municipal. En una de esas coincidencias berlanguianas, el campo
de fútbol colindaba con el cementerio municipal. Trabaja con un compañero
español y tenían un encargado. Una mañana el encargado les dice que tienen que
trepar a lo alto de las torres de iluminación del campo y limpiar los
reflectores. Sólo traía un arnés que le dio al compañero español. Ismael
preguntó que sí para él no había otro. El encargado le dijo que no, que sólo
para el español y que si se caía lo hiciera del lado del cementerio para
ahorrar trámites. El encargado soltó una risotada, al tiempo que el compañero
español bajó avergonzado la cabeza. Cuando el encargado se fue, su compañero le
dio el arnés. “Ahí no más entendí eso que decía Jesús de que todos los hombres
somos hermanos”.
Irene es una mujer risueña, con
un cuerpo tan fuerte como su risa. Viene de un país eslavo. De vez en cuando
suelta un refrán en su lengua y, a continuación, intenta traducirlo. La mayor
parte de las veces, carece de sentido en castellano. Y ante mi incompetencia lingüística,
se ríe. No se enfada porque no la entienda, simplemente se ríe y me mira con
compasión. En su país trabajó en una industria estatal, una fábrica de motores
o algo similar (nunca queda del todo claro lo que quiere decir). Al llegar a
España encontró trabajo en un almacén de ajos, en Albacete. Llegó a ser la
encargada. Pero se enamoró de un español, dejó el trabajo y se vino a vivir a
Madrid con él. Si hubiera que poner una foto junta a la entrada ‘maltrato’ en
el diccionario, la suya sería la más adecuada. Para salir adelante, trabajó de
interna. Cuenta que había mayores entrañables, que la trataban con cariño y
respetaban las condiciones laborales. Cuenta el dolor que sentía cuando
fallecían, y ella se quedaba sin techo, sin trabajo y sin derecho a prestación
por desempleo. Cuenta que había quien decía que sólo le pagaban trescientos o
cuatrocientos euros, porque ya le daban techo y comida. Cuenta las agresiones
que sufría de personas demenciadas y las insinuaciones rijosas de algún abuelo.
Ya no ríe. El rictus es serio. Termina. Hace un silencio. Los ojos se le
iluminan y suelta un refrán eslavo en el que los pepinillos (o las acelgas, no
me queda claro) juega un papel fundamental.
Trabajo decente. Seguridad e
higiene, pensiones, vacaciones, descansos, salarios dignos…